Este es un establecimiento con más de 50 años de trayectoria, así que poca broma. Fijaos: se entra por un ascensor. Un local que es historia viva de la ciudad, de maderas y sofás rojos, que en los últimos años se ha consolidado como coctelería, aunque ellos sigan diciendo bar. Hacen cócteles –presten atención al Old Fashioned y al cada vez más de moda Mule–, pero las cervezas y los combinados clásicos siempre se pueden pedir. Aunque está junto a la plaza Sant Jaume, no extraño oír hablar catalán entre sus clientes, y es que el Ascensor mantiene parte de la clientela que le ha hecho funcionar este medio siglo.
Bares del Gòtic
Los New York Dolls, que en el 2007 tocaron en la celebración de los 25 años de la sala, dijeron que el Sidecar era o como el icónico CBGB neoyorquino –cuna del punk, la new wave y el postpunk– o como el infierno. Viniendo de los Dolls, esto era un cumplido, claro, y es que la sala de la plaza Reial de Barcelona –con paredes que si hablaran explicarían barbaridades sobre la Sexta Flota estadounidense en los años 70 y sobre muchos barceloneses en noches de fiesta– es ahora, que cumple 40 años, el templo subterráneo del rock en Barcelona. Y que dure. Arriba está el bar, que también programa conciertos, exposiciones y sesiones de DJs de la farándula barcelonesa.
Las colas de gente os indicarán dónde están las mejores granjas de Petritxol. Una es La Pallaresa, que ofrece desayunos y meriendas superlativos desde 1947. No hay ninguna duda de que el clásico chocolate a la taza y un suizo de antología son los grandes protagonistas de esta antigua lechería.
El Satan's Coffee Corner, cafetería de tercera generación –las de altos estándares de calidad– ocupa una esquina señorial en el Gòtic. Marcos Bartolomé, el propietario, es hijo de tostadores, y sirve uno de los mejores cafés de Barcelona. El libre albedrío satánico se aviene con su manera de hacer pedagogía del grano recién molido. Pero no sufráis, el personal del Satan's Coffee Corner no os dará la tabarra con lecciones cafeteras que no habéis pedido por qué van por trabajo. Aquí encontraréis variedades de distintos rincones del planeta y en constante rotación. También se sirve teca espectacular para el desayuno y la merienda. Abre todos los días, hasta las 18 h.
El bar Polaroid es un mausoleo de los 80, un homenaje a las instantáneas con recuadro blanco. Vinilos, cintas de VHS y las famosas cámaras rellenan las paredes poco iluminadas, como un decorado de La Bola de Cristal. El color se lo lleva la barra, de donde cuelgan lámparas fluorescentes de este milenio que fagocita la nostalgia y hace colgantes. El gentío se abalanza ya a partir de las siete de la tarde porque es un bar, como los de antes, donde uno entra para avanzar la noche.
Bares de Montjuïc y el Poble-sec
Bares del Born y Sant Pere
Junto a la entrada de esta coctelería del Born, un líquido ambarino cae, gota a gota, en un proceso hipnótico de infusión fría. Es uno de los muchos procedimientos que utilizan dentro para realizar sus bebidas. El local es una especie de gato alquímico lleno de sorpresas. La salita interior, por ejemplo, tiene las paredes apretadas de botes iluminados con hierbas donde se hacen aceites esenciales que recuerdan a un antiguo herbolario. No nos sorprende que Stravinsky sea un habitual de los rankings de los mejores bares del mundo.
Tiene el look deteriorado de las asociaciones culturales alternativas. Si lo que buscáis son camareros con cuerpo de Adonis y Absolut con Red Bull a precio de petróleo, mejor que vayáis al Opium Mar. El Antic Teatre es un espacio viejo y reciclado, pero tiene una de las mejores terrazas interiores que he visto en mi vida. Un patio gigante con brotes anárquicos de vegetación para tomar algo a la fresca, coger el puntillo a base de quintos y hacer tiempo antes de las actividades culturales que organizan. Mourinho no podía tener más razón: teatro del bueno.
Escogida en el top 5 de los bares más cools del mundo, es la primera coctelería que utiliza impresión 3D y técnicas de ceramista para crear cada uno de sus cócteles de autor. Todo lo hacen de forma 100% artesanal: los licores, los macerados y abonos que realizan cada día con productos frescos e incluso la vajilla. Entrar en ella es toda una experiencia. Un espacio que se inspira en la novela Marina de Carlos Ruiz Zafón y recrea un ambiente de fantasía y misterio y donde, tras el bar, se abre un taller de cerámica en el que también hacen masterclass.
En l'Ànima del Vi sólo trabajan con vinos naturales, sin aditivos, vinos que han evitado injerencias químicas y manipulaciones humanas para llegar a la mesa casi incorruptos. Se nota.El blanco se evapora como agua en el desierto. Decidimos hacer cojín con un platillo de ensalada de pulpo y patata orgásmica. Todos los ingredientes son de primera; están preparados con un gusto exquisito. Nos dejamos llevar por la concupiscence y nos permitimos el lujo de pedir un paté de pato con pan tostado para ponernos en sintonía con el allure francés del local: delicado, sabroso, vicioso como él solo. La noche fluye. Música jazz reverberante en las copas. La luz es cálida en este bar/cave à vins, una cueva atemporal que supura magia en cada rincón, y consigue una armonía indescriptible entre bodega, comida y atmósfera.
Capacidad máxima para 20 personas. Una barra. Unos cuantos taburetes. Un puñado de mesitas. Y tira millas. En el Pony, no encontraréis mobiliario de Neukölln. Cero concesiones al diseño escandinavo. No, aquí no hacen cursillos de sushi, ni están obsesionados con la cerveza artesana. El Pony es un bar de toda la vida y punto. Y en estos tiempos en los que todo el mundo busca nuevas sensaciones, que te vendan un perro viejo con un collar nuevo, una bofetada de realidad como ésta se agradece. No me extraña que los modernos más a la contra la hayan convertido en la nueva iglesia nocturna de Sant Pere, Santa Caterina y la Ribera. El Pony es sencillo, pero rezuma personalidad en cubos.
Este es una coctelería especial. ¡Especial y especiada! Uno de los socios es el Antonio Naranjo -¡mejor 'bartender' de España 2019! -, conocido por sus maravillas casi alquímicas en Dr. Stravinsky. Y tan pronto entramos -es un acogedor pasillo de bronce y madera donde antes estaba el bar más mugriento del Born, y que evoca una tienda de especias- sabes que no es otra coctelería con humo y torrijas encima de un vaso 'highball'. Primero, porque te asalta la visión de seis tiradores en la pared, uno por cóctel. «La gente aún no lo ha visto esto, en Barcelona, pero son tragos de alta calidad, que mezclamos cada día y ponemos en su barril», me cuenta Ema Giacone, el 'bartender'.
Detrás del Museu Picasso hay una plaza. En la plaza hay un bar con una puerta antigua de madera pintada de verde donde pone "Bar Bodega Flassaders 1956". Al entrar encuentras, a mano izquierda, la barra, larga, y en medio del paso, la eterna máquina tragaperras, lacra de nuestro tiempo nunca suficientemente denunciada. Al fondo, una docena de mesitas y en el techo lámparas fluorescentes. A un lado expositores de tapas-bravas, latas, tortillas, boquerones-, una plancha para hacer los bocadillos y los platos combinados. En la otra, una pared de ladrillos vistos y los arcos tallados de unas pretéritas caballerizas. "Aquí se reunían los de la CNT en los años 30", me dice el camarero, uno de los tres trabajadores del local.
La reverencia por la religión del barril y el rayo y la presión vecinal llevaron a los gemelos Colombo, propietarios del restaurante Xemei, a combinar una tienda de vinos en la entrada con el mantenimiento de una barra de vinos a granel y botas. Con unas 300 referencias de vinos, todos ecológicos o biodinámicos de todo el mundo, sin ningún tipo de química o aditivo, ya precios ni caros ni baratos, en una franja muy interesante. Una taberna de estilo antiguo que vende vermut, a chorro. De la pequeña cocina del bar salen platos de poca temperatura: ahumados, macerados, curados y marinados. Maridajes brutales. Para comer, es necesario reservar.
La legendaria coctelería Gimlet se remodeló pero ha mantenido la barra, que es preciosa, y la decoración se inspira en el personaje que le da nombre: el detective Philip Marlowe. La carta viaja en el tiempo y los cócteles son de otra galaxia. Preparan el gimlet que bebía el personaje de Raymond Chandler, pero nos decantamos por los cócteles de autor: antológicos, delicados, equilibrados e imaginativos.
Punch Room es la sofisticada coctelería del hotel The Barcelona EDITION. Se accede por una espectacular escalera de caracol, luz cálida y aterciopelada, sofás señoriales, butacas confortables, billar y ambiente de speakeasy. De la elegante barra con tonos ambarinos brota el maná de la casa: el ponche, bebida británica de origen colonial indio. Y te puedes beber en formato cóctel o pedir recipientes para dos o más personas. También hacen tragos clásicos y, si hay hambre, ofrecen platillos. A nadie sorprende ya que el Punch Room sea un habitual de los rankings de los mejores bares del mundo. Coctelería de guardia: abre todos los días.
Bares de Sarrià
Bares del Eixample
Corred, poneos las gafas de pasta, ¡peinad vuestro bigote! Corred hacia este bar del Eixample antes de que Bibiana Ballbé lo descubra y lo utilice de plató para entrevistar a algún escritor pop. El Malasang es un cebo demasiado jugoso para la Barcelona moderna, y si no te das prisa, no podrás decir aquello de "yo ya iba antes de que se pusiera de moda". Luminoso a más no poder, el espacio es una caricia en la nuca: la luz del día se cuela a chorro por el ventanal de la entrada y reverbera en el altísimo techo y las paredes blancas. La madera, presente en todo el mobiliario y el suelo, encaja como un preservativo extrafino con los aires escandinavos del interiorismo. Muebles restaurados, sillas vintage, mesas retro, bombillas-colgantes, ladrillos a la vista, música cool a volumen sedoso... Todos los detalles se han seleccionado con exquisitez e inteligencia para ofrecer al visitante una experiencia placentera, nutritiva para el alma. En otras palabras: tendrás que utilizar disolvente para despegarte las nalgas de la silla.Si la decoración no te convence porque vas 50 años por delante del resto de la humanidad, los ofrecimientos líquidos y sólidos de la carta deberían hacerte reflexionar. El Tarambana se toma en serio lo del vermut. La caña de Estrella Galicia entra como agua de lluvia, la selección de copas de vino y cava es impecable, y los boquerones y los berberechos viajan en business.
El nombre no tiene nada que ver con la hermana de Beyoncé, tampoco está pensado para que hagas el clásico juego de palabras Solange de Cabras: esta coctelería premium debe la nomenclatura a una de las señoritas más 'cool' de James Bond. No es ninguna concesión gratuita al rey del cóctel, cuando entréis en el local tendrá la sensación de pisar uno de los suntuosos y elegantísimos bares que visitaba Bond para cargar el tanque de combustible antes de seducir a una docena de chicas y matar otra docena de terroristas. El Solange es un proyecto de los Pernía, una familia de alquimistas de la copa que ya conocíais del siempre recomendable Tandem Cocktail Bar. Ahora, vuelven a la carga en el mismo local donde antes se encontraba el Harry's, pero han cambiado totalmente la fisonomía, convirtiéndolo en un delicioso espacio dorado donde no te parecería extraño encontrar Scaramanga bebiendo un Old Fashioned o Vesper Lynd guiñando un ojo el barman, después de estrangular un espía en el baño. Sofás vintage, barra señorial de madera, materiales de calidad, oro líquido como color oficial y un gusto exquisito en la decoración, estos son los ingredientes que acompañan la soberbia coctelería made in Pernía. Porque en Solange se preparan cócteles de verdad. Los clásicos. Sin adornos modernillos. Sin flores exóticas en el vaso. Qué Bloody Mary, señores. Qué Gin Fizz!
Cuidado con la austeridad de la entrada. Muchos de vosotros habréis pasado por delante sin fijaros, ni siquiera en el curioso dibujo de dos hombres montados en un tándem. Supongo que las cortinillas de la puerta contribuyen a conferirle a esta coctelería un aire de intimidad y de petit comitè que gusta mucho a los sibaritas de la copa. Tandem es una coctelería exquisita. Bármans jóvenes vestidos a la antigua, colección interminable de destilados y muñecas preparadas para ejecutar cualquier receta con una puntería de francotirador. Cuidado con el Gin Fizz: después del segundo te caerá bien incluso tu suegra.
La coctelería del hotel Casa Bonay, a cargo de Eric Stephenson, es de otra galaxia: olvidad aquella escuela de tragos de autor donde a menudo flota una torrija donde te presentan la copa coronando un centro de mesa que parece sacado de la escena de las teteras de 'Bella y la Bestia'.
Aquí el cóctel llega en una copa ajustada al trago, y la receta es de alta precisión, y de una inspiración que te inflama la cabeza al primer trago. Un ejemplo es el Bottled Aged Bamboo, un jerez fino 'amontillado' combinado con vermut Ámbar, curaçao secco y angostura bitters, que es uno de los mejores aperitivos que me han pasado nunca por los morros. O el clarified Pub Chem, que con una base de brandy español te pasea por trópico.
El equipo de sonido analógico es de otra galaxia: virtuosos del vinilo (y campeones del buen gusto) pinchan relajadamente los jueves y los viernes a partir de las 21 h.
Bares de Gràcia
Bares del Raval
Bares de la Barceloneta y el puerto
La Cova Fumada en la calle Baluard es un fenómeno que supera el ámbito gastronómico. Este restaurante popular de la Barceloneta no ha salido de la propiedad de la familia de Solé desde el año 1944, cuando abrió. Hoy está al frente Josep María Solé, y hasta hace poco no era extraño ver a la abuela Palmira pelando ajos y patatas en la entrada. Aquí no hay reservas que valgan: la gente, locales y guiris, hace cola y codos a partir de las doce en sus míticos portales de madera, para pillar un sitio. En su origen, era una taberna de pescadores a la que acudía la gente a beber –se traían su comida– y por los años 50, con la moda, empezaron a servir tapas calientes. Sed conscientes: en este sitio y unos pocos más está el origen de la tapa en Barcelona y los mejores desayunos de cuchillo y tenedor.
Es uno de los grandes clásicos locales de tapas de la Barceloneta que cuenta con camareros uniformados con la vestimenta clásica, un detalle difícil de encontrar hoy en día en la ciudad. Conseguid un lugar en la barra para ver cómo sirven, puro espectáculo y ejercicio de nostalgia de los bares de toda la vida. Quedan pocos. Aparte de ser uno de los lugares de referencia donde tiran bien la caña en Barcelona, también hay disfrutará de tapas de siempre como bravas, pimientos de Padrón, ensaladilla, y otros más marineras como gambas, almejas y chipirones, como manda en un histórico barrio de pescadores. El plato estrella y que arrastra muchos adeptos entre la clientela es el filete con foie.
Una de las bodegas más auténticas de la Barceloneta. Antes, suministraba electricidad al barrio. Ahora ofrece otro tipo de energía: buen vermut casero, tapas míticas y ambiente asegurado. La ensaladilla es la tapa más popular del bar (patata, cangrejo y huevo), pero se nos ocurren una buena lista de otros manjares que hay que probar: tortilla de patatas, croquetas, queso manchego, embutidos curados.
El Lokillo es uno de los iconos de la Barceloneta pretérita, uno de los últimos bares donde los pescadores se repartían el dinero del día, y ha vuelto a la vida. Las estrellas de la carta son unas anchoas increíbles y también los bocadillos, conservas y salazones de calidad. No faltan los vermuts (tienen una docena de marcas), y tampoco los quintos y cañas. Las baldosas son maravillosas, las tablas de mármol también, la barra se ha conservado casi intacta y todavía tienen los frigoríficos de madera y algunas botas.
¿Recordáis el antiguo bar Cal Papi famoso por sus buñuelos de bacalao? Pues ahora es de Gladys y Roger de la Bodega Fermín, a pocos metros de distancia. Le han cambiado el nombre al local, pero han conservado la especialidad originaria a modo de homenaje. Ofrecen tapas de cocina catalana de mercado y una excelente selección de cervezas artesanas de tirador y embotelladas. De los platos nuevos despuntan las bravas Negre de la Riba -con aceite picante de varios tipos de guindillas e infusiondas con romero- y nuevas versiones de clásicos del recetario catalán como la butifarra con judías; sirven la legumbre en formato de crema y la acompañan con pimientos del padrón. El chef es italiano, probad sus albóndigas con pesto.
La chef canadiense Nikki Freire pone el nombre a este bar especializado en 'comfort food' canadiense que favorece la felicidad gastronómica. El pan de brioche de las hamburguesas apenas puede contener todo el producto que hay dentro, que sobresale victorioso invitando a un mordisco bien placentero. El pequeño local, devoto de la música hip-hop, se ha hecho popular entre los visitantes canadienses que buscan recetas caseras en la ciudad. Hay que probar la burger de pollo frito Big Jerk, con 'plantain' crujiente y mayonesa picante con mango, así como las patatas fritas 'poutine', típicas de Quebec, y los Mac and Cheese en cuatro versiones diferentes, algunas con beicon crujiente y otras, con gambas. Para reconfortarse por completo.
La Peninsular pone el énfasis en el producto de proximidad y ecológico. Es una bodega gastronómica que juega con la intención de recuperar la cocina de la Barceloneta preolímpica, la auténtica, la de los guisos y el producto fresco sin fusiones. El caso es que el pescado siempre está recién llegado del palco: más fresco, imposible. Tapas y vermuts, tortillas de patatas, croquetas... y todo de procedencia muy cercana a la ciudad. Cocina buena y ecológica cerca de la playa. Del grupo restaurador Taberna y Cafetín (Cervecería La Libertaria).
La señora Leo no está para tonterías, por eso ha convertido este antro portuario de fritada y quinto en un santuario en honor al grandísimo Miguel Vargas Jiménez, alias Bambino, mártir de la rumba patria. El bar es increíble: tiene las paredes forradas con recortes de periódico y fotografías del cantante, y acoge a un público que va desde el clásico abuelo con palillo al 'crustie' que vive por la zona, haciendo el vago y fumando tomillo. ¿La banda sonora? Flamenco todo el día a un volumen brutal: 100% Barceloneta.
¡Tapas, tapas y más tapas! La lista de clásicos aquí es interminable. Desde la ensaladilla, con pimiento asado, una de las más top de Barcelona, hasta las raciones que no fallan nunca en un lugar así: albóndigas, bombas, bravas, pescadito frito, croquetas (¡uno de los recomendados!) ... y tantas y tantas otras tapas que hacen de este bar un templo de la tapa popular tanto para vecinos del barrio como para turistas que quedan maravillados sólo de poner un pie. Además, tienen una carta de recomendados donde podréis encontrar desde un gazpacho hasta un carpaccio de mojama más que buenos. Hace más de 60 años que existe y esto se nota en su arquitectura, presidida por la barra original de madera.
Una taberna con sabor a pasado pero enfocada al presente. Venden vino a granel y encontraréis barriles y neveras de madera antiguas que denotan el buen gusto por las cosas de toda la vida. Es uno de esos lugares de la Barceloneta que destilan respeto por la tradición y se agradece que todavía queden locales así en el barrio. A la hora del vermut llena como antes, cuando los abuelos salían a pasear con los nietos y hacían el trago, justo antes del festín del domingo. Con todo, tienen el pie puesto firme en la actualidad. Ofrecen un buen surtido de birras artesanas, algunas de tirador, y a menudo hacen presentaciones. Buenos embutidos y quesos y tapas variadas para que piquéis con el alcohol.
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