Abierto en 1860, el propietario del Almirante quiso lucirse con la decoración de la taberna-bodega que era entonces: un mostrador de mármol italiano, muebles modernistas, puertas de madera y vidrieras enormes para ver a los peatones pasar por la calle de Joaquín Cuesta arriba y abajo. Tiene el mérito de haber aguantado años de tralla nocturna de muchas generaciones y de haber soportado cambios en un Raval siempre cambiado de pies a cabeza. Pese a que ya ha sido fichado por el turista con buen gusto, el Almirante será siempre un bar nuestro en el que nos miraremos con buenos ojos. Ya forma parte de la lista de locales emblemáticos de la ciudad.
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