La analogía entre Muerte de un viajante de Arthur Miller y este Mort d'un comediant de Guillem Clua es clara. Basta con echar un vistazo al título. Pero, más allá de eso y del uso que hace el dramaturgo barcelonés del clásico del norteamericano, tienen poco que ver, aunque Clua haya puesto en Llorenç Cardona (Jordi Bosch) un puñado de personajes masculinos célebres, incluido Willy Loman, por los que transita a lo largo de la obra. Si al principio es un Agamenón tiránico, luego se convierte en un Lear desconcertado, después en un Enrique IV loco, para acabar en la piel de un Próspero que quiere volver a casa.
Todo comienza con un cuidador, Adri (Francesc Marginet), que es contratado por la sobrina de Llorenç, Miranda (Mercè Pons), para vigilar de cerca a su tío. No parece una tarea fácil. El enfermo es un hombre mayor, senil, que fue un gran actor. Casi la única condición que Miranda (un guiño a La tempestad) le impone al cuidador es que no hable nunca de Muerte de un viajante. Ocurre que Adri nunca ha pisado un patio de butacas, lo que anima a la vieja gloria a inyectarle el veneno del teatro, como diría Rodolf Sirera.