En 2012, cuando El principi d'Arquimedes se estrenó en la Sala Beckett, la obra de Josep Maria Miró recibió los elogios de la crítica, pero, aunque se instaló a los pocos meses en La Villarroel, podemos decir que pasó sin pena ni gloria. En cambio, en Buenos Aires llegó a estar tres temporadas seguidas en la cartelera. En Brasil, incluso, se hizo una película sobre ella. Y fue el despegue de un dramaturgo catalán que, gracias a esta obra, traducida a dieciséis idiomas, se posicionó como uno de los grandes autores europeos de nuestro tiempo. Más de una década después, el Espai Texas ha recuperado, por fin, una pieza que ha envejecido muy bien, hasta el punto de demostrar que es un clásico del teatro contemporáneo en nuestra lengua.
Hace trece años, fue el mismo Miró quien dirigió El principi d'Arquimedes en la Beckett. En el Texas, la batuta está en manos del joven Leonardo V. Granados, capaz de dotar de un tinte expresionista a un texto que juega constantemente con el punto de vista. El escenario a dos bandas juega a su favor y sabe llevar a los intérpretes hacia posiciones más firmes.
El nuevo final hace que el espectador se marche del teatro con un nudo en el estómago
La obra nos cuenta el caso de un monitor de natación, Jordi (Marc Tarrida), que, para calmar a un niño que tiene miedo al agua, lo abraza y le da un beso. Algunos padres lo ven y hacen saltar las alarmas. Hace pocos días se descubrió un caso de abuso en un campamento cercano y todos están alerta. La grandeza del texto radica en que Miró instala la duda razonable a través de las contradicciones de Jordi. Las conversaciones que mantiene con su compañero de trabajo, Héctor (Eric Balbàs), y las mentiras que le cuenta a la directora de la piscina, Anna (Sandra Monclús), nos hacen dudar.
¿Fue un acto inocente o hay algo más? ¿Está justificado el exceso de celo de los padres? La intervención de uno de los progenitores, David (Jordi Coll), un padre detestable, hace que la balanza se equilibre. El principi d'Arquimedes es, al fin y al cabo, un retrato de una sociedad enferma, capaz de culpar sin saber, que juzga con prejuicios.
Tarrida hace un Jordi de primera. Risueño al principio. Hundido, al final. Su expresión corporal habla por sí sola. No le haría falta ni abrir la boca. Monclús, a su vez, hace muy bien el papel de persona atrapada en sus pesadillas. Su duda hace que Jordi se hunda. Y Balbàs es el espejo del protagonista, un amigo que no te gustaría tener.
El montaje de Granados es directo. Miró terminaba la función de otra manera. Creo que el nuevo final hace que el espectador salga del teatro con un nudo en el estómago. Es menos evidente que en el montaje original. Una muy buena función.
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