Diez bares Manolo para quitarse el sombrero
Un bar gallego que hay que conocer: su cocina es sencilla, pero exquisitamente gustosa y de buena calidad. Su caldo gallego es muy bueno y la ensalada de ventresca y tomate raf está muy bien preparada. Hay una larga lista de platos muy buenos, como la empanada gallega, la sopa de pescado y los fideos negros con gambas y almejas. Buenos almuerzos y buenos menús de mediodía. Cuando el Paral·lel era una zona olvidada, hace diez años, aquí ya hacían tapas muy buenas.
Se definen como cocina de bar contemporánea, y la etiqueta es ajustada. Aquí se puede encontrar desde tapas tradicionales hasta platos gourmet. Aquí ponen el foco en el mejor producto de temporada a precios asequibles. Vale la pena probar las bravas, con picadillo de chorizo, deliciosas. Entre las tapas de toda la vida sobresale la ensaladilla rusa, y entre los segundos, unas vieiras con praliné de nueces de Macadamia y tocino embutido. El local es pequeño y acogedor, apenas una barra y cuatro mesas.
En el Frankfurt José no se hacen frankfurts. El dueño sí que se llama José, y es el rey de las tapas. Es más: EN NINGUNA PARTE de la península Ibérica –repito: NINGUNA PARTE, ni en Andalucía, Galicia, Euskadi, Madrid o Murcia– me han puesto una tapa –gratuita– tan generosa como la del Frankfurt José.
Deberíamos llamarlas raciones, porque son descomunales. Hacen sospechar sobre los ingresos ilegales del bar para mantener el flujo de pescado que tan amablemente regalan con cada consumición. Pides un quinto –Mahou– y te pone dos trozo de merluza frita bien grandes.
Pides otro y te llega un plato que rebosa sepia. ¿Total de la factura en el Frankfurt José? Los dos quintos: un poco más de dos euros, quizá dos euros y medio. ¿Precio de la factura en cualquier otro lugar de Barcelona? De los diez euros no baja. Las otras características del bar son la elevadísima cantidad de aceites saturados en el aire y la maravillosa jukebox que no para de sonar y animar la clientela: de Bambino a AC/DC, de Camela a los Stones, todo vale; la gente hace cola para introducir monedas y poner su canción predilecta.
¿El secreto? José se levanta al amanecer, va a Mercabarna y carga la furgoneta del pescado más fresco y bien de precio para distribuirlo con mano diestra entre los parroquianos de su local, como si se tratara de un Robin Hood de la tapa. Sus acólitos le quitan la pena a su estómago cada día, cantan y bailan y vuelven a casa como unas castañuelas. De vez en cuando, como si tanta maravilla no pudiera durar, el Frankfurt José desvanece en el aire y renace en otro local de la ciudad condal.
Esta acera es del Barrio Chino y la otra ya es el Raval, me explica Rosa mientras me bebo un quinto helado (¡1 euro el de San Miguel!). Rosa nació en Batea, un pequeño pueblo de la Terra Alta. Allí había un señor muy rico que se dedicó a comprar bares en Barcelona y a poner gente del pueblo a trabajar. Así lo hicieron los padres de Rosa, que se instalaron en Barcelona en el año 1969 para hacerse cargo del Bar Bodega Terra Alta. Después lo cogieron Rosa y su marido navarro y se lo hicieron suyo: hace diez años que acogen la peña Clarete, del Osasuna, y todo el mundo dice que ir a su bar a ver un Barça-Osasuna es lo que más se parece a vivir los Sanfermines desde Barcelona. El bar es alargado y tiene la barra a la derecha, con un expositor como mandan los cánones para las suculentas tapas. Al fondo hay cuatro mesas para poder comer en grupo: los fines de semana el local se llena de juventud que va a comer bocadillos.
Los precios son populares y el ambiente familiar, con personajes del barrio que te pueden explicar de todo, y otros, como los anarquistas de la editorial Virus que vienen de El Local de la calle de la Cera a comer algo. La especialidad del Terra Alta son las tortillas variadas, el bocadillo de jamón y los embutidos ibéricos de la Alberca cortados a mano. Al lado del equipo de música tienen cuatro jamones, y en las paredes, fotografías enmarcadas de los Byrds o de Bo Diddley.
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