A veces tenemos la sensación -un poco provinciana- que todo el terreno que sea pisado por el guiri habitual es territorio tóxico para los que van con el carnet en la boca de buen barcelonés. La apertura del macroespacio Ocaña -único en el centro, 1200 m² de fábrica de tampones de goma rehabilitada en macroespacio diurno y nocturno- demostró que en la plaza Reial se podía compagina comida y sarao para nativos y turistas con elegancia, tal como pasa en los clubes de Berlín o Reykjavík.
Ahora, dos años después de la inauguración, han dado un paso más: han convertido uno de los dos bares del lugar en el Ocaña DF, una mezcalería y restaurante mexicano con toques peruanos. Eso sí, sin buscar la ortodoxia si no con la idea de "hacer un viaje exótico y que no sea demasiado purista por México y Perú. Nada demasiado rígido, porque más adelante quizá cambia", explican los propietarios.
Como todo el concepto de Ocaña, este espíritu lúdico se ha concretado en una ejecución notable; un hacer las cosas bien pero sin tomarse demasiado en serio a uno mismo. Empezando por la mezcalería: han fichado a Adrián Hernández, un barman de Oaxaca, la zona de producción por excelencia de este licor que empieza a no ser tan desconocido por aquí. Hernández -que como todos los barman mezcaleros prefiere que la gente lo aprecie solo- ejecuta con gran solvencia una carta diseñada por Mario Greenfield.
Un hombre que, si me permitís el juego, es un mito nocturno de Mitte, un tipo que ha sabido combinar la vertiente autoral de la coctelería con la conceptualización de clubes imponentes (fuera de Berlín, el Ocaña). Y sí, Greenfield inventó el cóctel más empalagoso del mundo, el Pink Martini, pero lo redime con barbaridades como el Conejo Muerto, hecho de zumo de zanahoria, jarabe de curry y mezcal.
Fusión con conocimiento de 'causa'
El chef residente también es alemán: Martin Schanninger, también con 'background' berlinés y nocturno, ha hecho un divertido y sabroso 'mash-up' de Perú y México con el producto catalán. Tienen barra de tiraditos y cebiche; y los tacos y las quesadillas que llegan a la mesa no son los ortodoxos, si no juegos como una quesadilla que, además de ir rellena con queso, chiles de Jalapa y pimiento, se asocia con rebozuelos anaranjados y trompetas de la muerte y no con el hongo de maíz.
Y los carnívoros disfrutarán con unas costillas de cerdo ibérico al pastor -marinadas con salsa de tres chiles y cítricos- que se deshacen como la mantequilla y reconfortan el estómago como el mole. Del apartado peruano, probad la causa (patata) rellena de alcachofa. ¿Dos alemanes revolviendo México y Perú con una óptica catalana? Puede sonar incongruente, pero bajo la mezcla del arte de Humberto Spindola y las pinturas de Zlotykamien -pionero del arte urbano en Francia- tiene sentido.