Hay que tenerlo en cuenta, El Bar pertenece a una generación de barras que hacen cocina en mayúsculas "El Bar", ellos lo escriben entre comillas para realzar, pertenece a la nueva generación de posbares que han barrido a los clientes de mirada turbia y con los codos romos por tanto apoyarse y fumigado las acrobacias de las moscas, algunas kamikazes, sobre las fuentes de callos. El diccionario es corto para definir esos espacios: los limita a abrevaderos, a lugares donde despachan bebidas. Bares que son más que bares, nacidos en el 2013, como El Bar, Bardeni, Mont Bar, Pan&Oli, El Pràctic, que ha cambiado de ubicación, ahora en Sants. ¿En común? La buena, o muy buena, comida, que trasciende el platillo de almendras revenidas y las albóndigas recalentadas. ¿La disonancia? Barrios distintos, precios distintos (unos, altos; otros, adecuados, con menús de mediodía), escenarios con decorador profesional o apaños caseros.
El negocio de Sergi Giménez, sector bar primoroso, ocupa un antiguo Marcelino, cadena que durante años tuvo más sucursales que los bancos. Que un Marcelino sea relevado por un establecimiento de tapeo fino como El Bar habla más del cambio de Barcelona que la demolición del tambor de Glòries. Sergi es un sumiller experto y la carta de vinos, una oferta vigorosa.
En las dos visitas comencé con un Bloody Mary, como si fuera Richard Burton, y seguí con tintos de Borgoña, Clotilde Davenne 2011, y de Conca de Barberà, Carles Andreu Trepat 2012. Sergi ha recuperado para l