Cabecita de Barbie con melena de color amarillo orín. Cuerpo de culturista gay con reminiscencias de He-Man y un paquete abundante majo el slip. Piernas arqueadas estilo María Patiño que parece que hayan sufrido una liposucción en una clínica clandestina coreana... No hablo de una mutación entre Lindsay Lohan y Van Damme, sino de uno de los dos inquietantes muñecos que cuelgan en las puertas de los lavabos de Madame Jasmine y sirven para decirnos dónde van los señores y dónde las señoras... En teoría.
A la práctica, os costará distinguir un género sexual definitivo en estos engendros de plástico nacidos de una imaginación perturbada y fabricados con excedentes de Mattel. Lo cierto es que en un lugar tan friki como este bar da igual si el muñeco se parece más a una Bratz mal operada que a un indicativo aclaratorio de masculinidad o feminidad... Pero seguro que el lavabo de este agujero oscuro y polvoriento haría las delicias de los hermanos Calatrava. Si te dejas agua en el lavamanos, aparecen renacuajos a los cinco minutos. Cuando consigues mover la puerta de madera corredera con la vena del cuello inflada (parece que la haya cortado un carpintero miope), y por fin puedes meterte en el water, las baldosas de colores psicodélicos y los efluvios concentrado de micción estancada te rematan sin compasión. En los lavabos de Madame Jasmine no hay tregua para el desprevenido. La próxima vez no me dejaré intimidar por una Barbie transgénica, palabra.