Sant Antoni, y sobre todo la calle del Parlament, están 'on fire'. Pero el sitio más 'à la page' de la zona cero hipster es el pasaje de Pere Calders; quién te ha visto y quién te ve... Hace un lustro, este callejón sin salida era una calle sin alma, y ahora oposita a centro neurálgico. Gracias a Dios, evita el fenómeno de cocina en serie de Enric Granados, un género (un poco aburrido) en sí mismo. Esta callejuela literaria y ahora gastro, tiene dos novedades sobradas de personalidad.
El Lando no inventa la rueda pero lo hace muy bien. Aunque el nombre remita al Halcón Milenario de 'Star Wars', Vanessa Virumbrales, socia, me explica que "no quiere decir nada": "nos gustaba porque tiene aires universales", dice. Y, oh, novedad, miran mucho más al Mediterráneo del norte -el Languedoc- y su exuberancia de verduras de temporada que a los Pirineos bajos. Desarrollan un proyecto ambicioso, tutelado por el gurú francés macrobiótico Bernard Benbassat, pionero en la alimentación placentera y saludable.
"Preferimos hacer pocas cosas pero hacerlas bien", dice Virumbrales, que prefiere evitar "los menús degustación donde te comes toda la cadena de alimentación". A mediodía, ofrecen un menú cerrado bastante económico y otro por la noche. Son platos que van más allá del buen producto y la plancha, de cocciones complejas, como tallarines con puerro a la inglesa y mejillones o un arroz con conejo, costilla y verduras.
Y muy importante: tiene una barra, y la saben servir.
Desde mediodía hasta la noche ofrecen una cocina ininterrumpida donde también han seguido la máxima de poco, bueno y complejo. Estamos hablando de delicias muy poco ibéricas, como el tuétano, un delirio meloso, con galleta especiada, la tarama -paté de huevas de pescado en salazón-, una rillette de conejo, ideales para cenar en la barra sin obstruir las arterias. Rompe la solemnidad de hangar ultracool la voz de Eugenio: ¡cuando entres en el lavabo cuenta chistes!
Comida en el terrado
El Dinàmic, puerta con puerta con el Lando, quizá no tiene el calibre gastronómico del vecino, pero el espectacular emplazamiento desencaja la mandíbula: un antiguo taller mecánico, reformado y repensado como bajos y principal, con techos de altura catedralicia. Abierto al exterior al 200%, reproduce la estética de un terrado, con un jardín vegetal incluido. En el barrio del vermut -tienen una isla entera dedicada al placer de mediodía- ellos han aterrizado con la mejor terraza. Y en Sant Antoni, barrio de lata y ración, no sobran los lugares donde comer de tapa catalana, con carrillera de ternera o un buen pollo con ajo y patatas rustidas.