En los años 70 del siglo pasado, la aparición del detective de origen gallego Pepe Carvalho en las callejuelas del Barrio Chino puso Barcelona en el mapa de la novela negra en una época en la que el género negro no pasaba por su mejor momento en este país. A la censura impuesta por la dictadura, que durante casi cuarenta años había hecho imposible la aparición de novelas con un fuerte componente de crítica social, al estilo del 'hard boiled' norteamericano, se le sumaba el menosprecio de las élites literarias hacia un género tachado de menor, como recordaba Manuel Vázquez Montalbán a propósito de la publicación de 'Tatuaje' en 1975. Desde el punto de vista de la producción literaria propia, hasta que Carvalho no pisó el Raval no hubo ningún detective local que pudiera competir con figuras como las de Philip Marlowe y Sam Spade.
El protagonismo que la Barcelona marginal y popular del distrito quinto adquirirá en las novelas de la serie Carvalho no tiene precedentes. Sí la tiene, en cambio, la vocación de escritores cronológicamente anteriores de hacer novelas policíacas de ambientación urbana como las que en aquellos momentos se escribían en otros países. Las tres novelas enigma que Rafael Tasis escribió están ambientadas en la Barcelona de los años treinta y cuarenta y tiene, como él mismo reconoce, la clara intención de ser una crónica de la vida barcelonesa, con las calles del distrito de Ciutat Vella y del Paral·lel como ejes principales. En las novelas de Tasis encontramos piedras góticas y calles oscuras con librerías de antiguo ('La Bíblia valenciana', 1955), pero también la vida nocturna y alegre de la avenida más famosa de la Barcelona de la preguerra ('Un crim al Paralelo', 1960), con cabarets y artistas de moral relajada que proporcionan recreo a una burguesía que se aburre y que practica una doble moral. Tasis, que se definía a sí mismo como "un barcelonés enamorado de su ciudad", escribe su primera novela policíaca, 'Un crim al Paralelo', durante su exilio en París, y no puede evitar reflejar la admiración y la nostalgia que siente por una Barcelona que ya no existe. La única novela que ambientará en la postguerra, 'És hora de plegar' (1956), retratará, en cambio, una Barcelona en la que se intuye el clima de asfixia y de humillación de una ciudad que ha perdido su antiguo esplendor.
Esta voluntad de hacer novela negra urbana la encontramos también en las novelas de Manuel de Pedrolo y Jaume Fuster. Convencidos de que la novela policíaca podía atraer a nuevos lectores en catalán, Pedrolo y Fuster no sólo se limitaron a traducir autores extranjeros al catalán y a dirigir la mítica colección 'La Cua de Palla', sino que también escribieron novelas policíacas bajo la influencia de la narrativa negra norteamericana. En este sentido, Pedrolo fue un pionero, el único escritor que, en los años sesenta, hizo novela negra según los modelos del 'hard boiled' norteamericano y del 'polar' francés. Con motivo de la publicación de 'Joc brut' (1965), 'El Correo Catalán' del 3 de octubre explicaba al lector que la acción tenía lugar en Barcelona y no en una ciudad norteamericana, lo que advertía, lo podía sorprender.
En 'Mossegar-se la cua' (1968), Pedrolo dio protagonismo al barrio del Eixample situando a su detective, Jordi Serra, en un entresuelo en la calle València. Jaume Fuster, por su parte, también se alejó de los escenarios tradicionales de la Barcelona antigua en 'De mica en mica s'omple la pica' (1972) y decidió instalar a su detective Enric Vidal en un hotel discreto cerca de la Gran Via mientras le hacía investigar un crimen en la calle Fontanella. En cuanto a Lluís Arquer, el otro detective de Fuster, desde que "va morir el Vell" ('Les claus de vidre', 1984) tienen un despacho en la calle Canuda, cerca, por lo tanto, del emblemático Ateneu Barcelonès.
Así mismo, a pesar de los intentos de Fuster y de Pedrolo por hacer novela negra en la difícil época de la dictadura, el gran acontecimiento que sin duda marca un antes y un después es la aparición de Pepe Carvalho el año de la muerte de Franco. Carvalho, un ex miembro de la CIA y del Partido Comunista que ya había sido el protagonista de la novela 'Yo maté a Kennedy' (1972), irrumpe en el Raval barcelonés reconvertido en detective privado y en cronista de excepción de la Barcelona de los años de la transición. Siete años más tarde, en 1979, Vázquez Montalbán ganaría el Premio Planeta -y el reconocimiento de la crítica- con otra novela protagonizada por Carvalho, 'Los mares del sur', a la cual seguirían un total de 25 novelas que convertirían a Carvalho en un mito literario vinculado al barrio del Raval.
El Raval de Carvalho es un espacio de marginalidad, pero también de libertad. Es el barrio donde conviven los inadaptados y los fracasados, los prostíbulos piojosos y las prostitutas de buen corazón, los borrachos y los pequeños delincuentes. Es el barrio donde, por la noche, la burguesía más izquierdista se mezcla con los personajes marginales y decadentes de la Bodega Bohèmia después de haberse manifestado en la Rambla. Y, naturalmente, es el barrio de las delicias gastronómicas del Mercado de la Boquería y de Casa Leopoldo, establecimientos que también frecuentarán otros personajes literarios vinculados al Raval, como el inspector Méndez y el detective alternativo Max Riera.
El Raval es también, junto con el Paral·lel y el Poble-sec, el barrio preferido del inspector Méndez de Francisco González Ledesma. Ricardo Méndez, un policía de la vieja escuela marginado por sus superiores, es un producto del franquismo que en mayo del 68 se dedicaba a perseguir comunistas y "maricas" pero a quien los años han transformado en un hombre profundamente compasivo con un extraordinario sentido de la justicia. Méndez es un viejo dinosaurio de formas poco refinadas pero con un corazón extraordinario que, a la manera de un Marco Aurelio sabio y estoico, nos da lecciones de ética -"una puta que mantiene a seis hijos merece más respeto que un banquero que mantiene a seis putas"- mientras asiste, triste, a cómo la Barcelona que él conoce va desapareciendo. Desde este punto de vista, Méndez es el cronista por excelencia de la transformación del Barrio Chino en el Raval.
Un Raval muy diferente -aunque quizá no tanto-, es el que nos retrata Marc Pastor en la novela 'La mala dona' (2008), basada en el caso real de la llamada "vampira de la calle Ponent" (hoy Joaquín Costa). Bajando por la Rambla, en la plaza Reial, encontramos otro personaje con una fuerte carga nostálgica: el detective alternativo Max Riera de Xavier Moret ('Qui paga mana', 1997), un ex hippy con el reloj parado en los años sesenta que fuma porros y bebe carajillos mientras escucha blues y contempla desde su ventana el Pipa Club, el bar Glaciar, el Hostal Kabul, el arquitecto famoso que tiene el estudio, el artista Nazario, los camellos, las batidas de la policía. Max Riera siente debilidad por La Paloma, frecuenta el bar London y, como muchos de nosotros, sigue añorando la desaparecida sala Zeleste de la calle Argenteria.
Finalmente, entre este grupo de policías, investigadores y detectives que se mueven por los bajos fondos de la ciudad, podríamos situar también al periodista de Cristina Fallarás de 'No acaba la noche' (2006). La investigación del triple asesinato de tres mujeres en un after-hour clandestino situado al lado del parque de la Ciutadella le sirve a Fallarás para recrear la Barcelona más nocturna y canalla, aquella en la que se mezclan el dinero, las drogas, el sexo, el alcohol y la prostitución de lujo, al más puro estilo 'hard boiled'.
Pero Barcelona es algo más que el Raval, la Rambla y Ciutat Vella, y, en los últimos treinta años, otros barrios de la ciudad han cogido protagonismo. En 'Pròtesi' (1980), Andreu Martín nos hace visitar el barrio marginal de la Mina con una de las novelas más duras y violentas, y sin duda más exitosas. Por el contrario, otro de sus personajes, el detective Àngel Esquius (protagonista de cinco novelas escritas en colaboración con Jaume Ribera), vive en la Gran Via y trabaja en una agencia de detectives situada en la avenida Josep Tarradelles. Y es que, en los últimos años, da la impresión que los detectives han abandonado los barrios marginales y se han instalado en otros barrios más confortables.
Es el caso de Camil, el detective de Pau Vidal ('Aigua bruta', 2007), en realidad un lingüista que se dedica a recorrer el país en moto recogiendo argot para el Institut d'Estudis Catalans. En la Gràcia de Camil viven "mayoritariamente estudiantes y artistas forasteros, amigos de la Xibeca y el pintarrajeo de paredes", gente ajena al barrio que, se lamenta Camil, ha rebautizado la plaza Rius i Taulet (ahora Vila de Gràcia y antes plaza del Dipòsit) con el nombre de plaza del Reloj. Gràcia es también el barrio donde vive Eduard, uno de los hermanos protagonistas de las novelas de Teresa Solana ('Un crim imperfecte', 2006; 'Drecera al paradís', 2007). Su Gràcia es la del cine Verdi y la del Salambó, la de los progres reconvertidos a la fe de las terapias alternativas y la de los okupas. Precisamente en una casa okupada en Gràcia vive la hija de la subinspectora Norma Forester ('Negres tempestes', 2010), la que, a diferencia de su hija, vive en un piso señorial de la derecha del Eixample y trabaja en la comisaría de les Corts.
Pero no todos los escritores de novela negra están interesados en dar protagonismo a Barcelona como ciudad. Es el caso de Alicia Giménez Bartlett, que, como explica ella misma, prefiere una Barcelona de lugares inventados, con algunos nombres de calles pero sin referencias concretas. Sabemos que Petra Delicado vive en Poblenou y que se mueve por toda la ciudad, pero en las novelas de Giménez Bartlett es perceptible la voluntad de alejarse de lo que podría ser tildado de "costumbrismo" (un término que tiene mala prensa) y de conseguir un carácter más cosmopolita.