Por la maldita crisis, la mayoría hemos dejado de beber vino. En los bares y restaurantes, la copa de vino suele ser más cara que la caña de cerveza o el refresco, y poco a poco hemos abandonado la bebida alcohólica más sana. Vale la pena que volvamos a hacer cuentas. Si sois un grupo, no hace falta ser matemático, la botella siempre saldrá mejor de precio. Lo tenemos comprobado.
Si os tenemos que convencer por el terreno de la salud, tenemos argumentos inapelables. El vino no tiene gas, ni lleva azúcares añadidos como las cervezas industriales, además, según estudios médicos, evita que la grasa de las comidas obstruya las arterias y retarda el envejecimiento. ¿Qué nos pasa, entonces? Volvamos a levantar el porrón. Venga. Seremos felices y viviremos más años. Si no os he convencido ni por el bolsillo ni por la vía arterial, os propongo que os pongáis el uniforme patriótico y el de conciencia ecológica. Con todas las denominaciones de origen, variedades de uva y pequeños productores que elaboran vino, ¿por qué tenemos que engordar las arcas de multinacionales?
Todos los caminos nos llevan al vino
Sólo Catalunya puede presumir de once denominaciones diferentes, a parte de la del cava. Si había zonas del país donde no habíamos pensado nunca que podría crecer la viña, algunas bodegas nos demuestran lo contrario. Es el caso, por ejemplo, de la bodega Castell d'Encus, en Talarn, en el Pallars Jussà. La finca está plantada en una altitud de 1.000 metros rodeados de bosque. Y en algunas épocas del año, las viñas están blanqueadas por la nieve. Los viticultores no sólo nos sorprenden con los terrenos donde plantan la viña. Tanto el Castell d'Encus de la DO Costers del Segre como la bodega Abadal de la DO Pla de Bages fermentan algunos de sus vinos en trujales de piedra, tal y como se elaboraba antiguamente la uva, hecho que da unos matices sorprendentes al vino. ¡Incluso, hay quien se atreve a fermentar el fruto dentro de ánforas! Es el caso de la bodega Loxarel de Vilobí del Penedès.
¡Recuperemos variedades!
Las ganas de mirar atrás y volver a los orígenes no acaban con el método de fermentación. Otro de los objetivos de las bodegas catalanas ha sido recuperar variedades que había desaparecido del mapa, no sólo por la filoxera, sino en muchos casos por éste músculo catalán tan ejercitado, el auto odio. Los vecinos de Gandesa se rieron cuando Carme Ferrer de la bodega Barbara Forès dijo que quería recuperar el morenillo, una variedad autóctona de la Terra Alta que los propios payeses consideraban un deshecho. De aquel atrevimiento, en el que no creía nadie, ha salido un vino fantástico, el Templari, donde se mezcla el morenillo y la garnacha negra.