Cuando era pequeño, el pepito -el bocadillo de ternera- era la aristocracia de los bocadillos, una recompensa de calidad que juntaba la merienda con la cena. Ahora que ya soy mayor, la incognita es por qué no goza de más popularidad. Sobre todo en esta Barcelona que se vuelve loca con la comida popular bien hecha.
A la espléndida faena llevada a cabo por La Pepita -no hacen falta presentaciones-, hay que añadir ahora la apertura de El Pepito. ¡Ojo!, de carácter menos popular que su pariente, La Pepita, ocupa el espacio del que fuera la suntuosa coctelería Lika Lounge, y tiene un interiorismo alucinante, de los que facilitan la digestión.
Su propietaria, Gemma Ginesta, me explica que "en casa todo el mundo se llamaba Pepito, y siempre había pensado que era el bocadillo más bueno que se podía comer". Aquí los pepitos tienen nombres de señor de Barcelona y de fuera -González, Puig, Dupont- y pasan por encima de las hamburguesas, que tienen nombre femenino, dice Ginesta, "porque son sus amantes". Esto es como un parque de atracciones cárnico en formato tapa y bocadillo, con delicias como la bomba rellena de rabo de buey, bistecs tártaros y otro de atún con aguacate que merece repetir. Pruebo el Dupont -buey de Irlanda, pimientos de Padrón, foie y setas al ajillo- y la agradable sorpresa, a parte de una combinación de ingredientes precisa, es que la carne no está nada seca. Mastico tiras de carne melosa que en cada mordisco se abrazan con el foie. El cocinero Martin Francini me explica que el secreto es aliñarlo con sésamo tostado y hacer un corte similar al del sushi.
Por cierto, encontraréis un pepito de ternera old school en el Bar Joanet (pl. Sant Agustí Vell, T. 93 319 90 37), buenísimo, recién hecho, con tomate en rama y aceite de oliva, almuerzo de campeones.
No te dan vaca por buey
Además de ternera low cost, hay que hablar del bovino de gamma alta (pero no inasequible). El restaurante Sagardi cada año en otoño tiene un ramalazo de romanticismo cárnico: traen dos bueyes de raza rubia gallega que sacrifican y sirven en la mesa. Más o menos, calculan que tienen una provisión de media hasta finales de noviembre, hay que darse prisa. Manel Giménez, el chef jefe del grupo, explica lo excepcional de esta pieza: "Son bueyes machos castrados, estas bestias como quien dice han desaparecido. Cada año el catador de carne Imanol Jaca sale a peinar los pastos de Galicia y Portugal, para localizarlas y hacer que el sacrificio coincida con las jornadas del buey.
"Esto es como comerse un dinosaurio", se ríe Giménez, "porque sencillamente no se encuentra. Deben ser bueyes que hayan trabajado la tierra, criar bueyes para el sacrificio no sirve". Explica que se puede notar el sabor de hierba de los pastos. Es una pieza mucho más firme que la de vaca vieja porque, como dice Giménez, "las cosas se tienen que razonar y la carne se tiene que masticar". Lujo asequible: los 800 gramos, más que suficientes para dos personas, salen por unos 46 euros. Podéis poneros las botas: por 65 €, todo incluido, el buey se acompaña con chistorra de Orio, pochas de Tolosa y quesos vascos.