No los encontraréis en el meollo de Barcelona. Difícilmente los pisa algún turista despistado. No saben qué es el diseño de interiores y prefieren las anchovas a los huevos Benedict. Más que bares, son puntos de reunión de los vecinos, sitios donde se cocina, y mucho, todo lo que se pone en el plato y el vaso. Donde la gente se saluda por su nombre. Si los queréis conocer, os están esperando.
Bares de barrio en Barcelona
La esencia de la ciudad está dentro de sus locales más auténticos. Bienvenidos a los mejores bares de toda la vida
Toda una rareza: un bar de barrio dedicado a la música surf y al garage-punk en el viejo Poblenou. Su propietario, Lluís Platas, pertenece a la vieja guardia mod barcelonesa –es decir, a los heroicos cuatro gatos– que eran los plameros de Los Negativos y Brighton 64 en los 80. El Surf Bar es como la sala de estar de los vecinos de la esquina –de hecho, alguno incluso se ha dejado el colgador– aliñado con memorabilia garajera: pósters de conciertos enmarcados, máscaras de luchadores mexicanos e incluso un cuadro de Ringo Julián. Lluís es simpático y si tenéis palique os dará cancha; su hija cocina su propia comida mexicana y las cervezas están bien tiradas (él era comercial de alcohol). Y el día menos pensado os podéis encontrar una sesión o un conciertillo a cargo de los clásicos mods locales.
Queda mal explicar qué encontrarás en el Carmel si no has ido nunca. Las cosas han mejorado –supongo–, pero la herencia franquista y porciolista todavía se mastica en trocitos de miseria vertical. El Delicias es el alma de un barrio que nació desarraigado: en los 60, era el punto de llegada de centenares de familias andaluzas que venían huyendo de la miseria. Hoy todavía suben hasta allí los románticos que buscan la ternura de la alcantarilla de 'Últimas tardes con Teresa', y sobre todo quienes quieren comer a base de tapas sencillas, buen producto y medidas pantagruélicas. Hay que ir expresamente pero es un 'must': tiene el encanto de un bar de camioneros puesto en los más alto de Barcelona, donde abuelos con boina y corbata recapitulan el tiempo pasado con guasa. ¡Te puedes comer un plato de arroz negro más que digno por seis euros!
El Santutxo está lleno de radios de los Encants, primeras ediciones del Avui y del Diario de Barcelona, billetes y monedas bajo un cristal en la barra y vinilos que hacen las veces de manteles individuales. Tiene personalidad, como su dueño, Ismael, que es un encanto: te recibe con una sonrisa de oreja a oreja, siempre termina las frases con “vida meva” y te hace sentir como en casa –¡además de ser fenomenal tirando cañas! En el fondo del local hay un tesoro: un patio interior donde se está de maravilla. Para comer, sus saquitos de brandada de bacalao son una gran opción, o las chips de moniato con salsa brava casera.
A simple vista, el Bar Bodega Josefa –Pepeta’s para los amigos– es un parque temático de lo kitsch: cada centímetro de esta taberna casi centenaria está cubierto por parafernalia reminiscente del Far West (pronunciadlo como lo haría vuestro abuelo: far best). La historia es entrañable: Pepeta, la tía de los propietarios actuales, los hermanos Jordi y Manel Balsalobre, trabajaba allí y se hizo cargo del negocio cuando murieron los propietarios. En los 80, Manel entró para ayudarla y lo heredaron. Son especialistas en bocadillos de tortilla: cuando pides uno, te hacen entrar en la cocina, echas un vistazo a las tortillas y decides cual quieres. También el menú de mediodía y las tapas están buenísimos. Si el Barça juega, estará abierto aunque sea Navidad.
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