En la amplia acera soleada, las cuatro mesas de L'Olivera son más preciadas que el oro: no es nada raro, sus platillos son excelentes y el trato de camareras tan atentas como Carolina, también. Por 6,25 euros te puedes comer un brie tibio con miel de trufa y jamón de pato curado por ellos mismos que es de lagrimita. Los buñuelos de bacalao, esponjosos como una nube salada, se deshacen en la boca. Por 3 euros, vermut y tapita. El diseño del local, sobrio y contemporáneo, lo aleja del bar tradicional y atrae a modernos y extranjeros. En la puerta, una olivera recuerda a la madre del dueño, que tenía ese apellido.
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