Calles Madrid

Los nombres más curiosos del callejero madrileño

El centro de la capital atesora una amplia variedad de legendarias historias en torno al origen de sus calles. ¿Cuántas de estas conoces?

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¿Sabes qué tienen en común la calle de Madrid que logró salvarse de la peste bubónica, la vía donde se rompían las lanzas de los carruajes o aquella por la que quien no pasa no se casa? Además de contribuir a aumentar el listado de datos curiosos sobre la capital, todas ellas comparten un origen, real o cargado de leyendas, por el que son popularmente conocidas y del que a veces no somos del todo conscientes. Damos un paseo por algunas de estas vías que, entre otras cosas, pueden presumir de lucir algunos de los nombres de calles de Madrid más llamativos.

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Calle del Desengaño

A espaldas de la Gran Vía, encontramos la calle del Desengaño, una de las más antiguas vías de la ciudad, cuyo nombre se vincula a la lucha por el amor de una dama. Cuenta la leyenda que mientras el Caballero de Gracia y Vespasiano Gonzaga se batían en duelo por una doncella, allá por el siglo XVIII, una figura cubierta por un velo y perseguida por un zorro se abrió paso entre los contendientes, que decidieron parar su disputa y seguir a la misteriosa sombra de apariencia femenina. Su reacción de sorpresa y decepción al comprobar que lo que creían una bella mujer era en realidad una momia bien conservada bautizaría para siempre a la calle del Desengaño, según esta historia. 

Calle del Espíritu Santo
Calle del Espíritu Santo

Una historia con tintes divinos explica el nombre de una de las calles de Madrid más conocidas. Situada en el barrio de Malasaña, en ella se alzaban, en época de Felipe III, varias casas habitadas por gente de dudosa reputación, que quedaron reducidas a cenizas como consecuencia de un rayo caído en un día de cielo despejado. Los habitantes atribuyeron el acontecimiento a la voluntad de Dios y levantaron en el lugar de los hechos una cruz de piedra con una paloma, conocida como la Cruz del Espíritu Santo, que se eliminaría en 1820, año en que se ordenó retirar todas las cruces de las vías madrileñas. 

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Calle de la Ballesta

El actual corazón de Triball no era en el siglo XVII más que una zona agrícola con pequeñas casas y huertas, donde un cazador de origen alemán instaló un corral dedicado al tiro con ballesta al que algunos madrileños acudían para disparar contra animales encadenados como lobos, venados o jabalíes. Más allá de la muerte de su dueño, fallecido en un forcejeo con un jabalí que intentaba escapar, el negocio, conocido popularmente como ‘el corral de la ballesta’, pasaría a dar nombre a la calle entera que lo albergaba. En ella residieron posteriormente escritores como Rosalía de Castro o Ramón Pérez de Ayala y políticos como O’Donnell, que en el siglo XIX permaneció oculto cuatro meses en una de sus casas.

Calle del Pez
Calle del Pez

Situada en pleno laberinto de Malasaña, entre la Corredera Baja de San Pablo y San Bernardo, la del Pez es una de esas calles con nombres graciosos y que encierra otra peculiar leyenda en torno a su denominación. Hasta finales del siglo XVII la vía en cuestión recibía la denominación de Fuente del Cura, ya que acogía un conocido estanque de agua cristalina. Cuenta la historia que, tras ser adquirida por Juan Coronel para edificar allí su vivienda, las aguas de la fuente fueron poco a poco desapareciendo y, con ellas, los peces que en ella vivían, hasta que finalmente sólo quedó uno. Blanca, la hija de Juan Coronel, lo rescató y cuidó, pero finalmente murió, provocando el desconsuelo de la joven, que decidió hacerse monja. Como recuerdo de todo ello, su padre hizo labrar en la fachada un pez de piedra con el letrero ‘Casa del Pez’, del que tomaría nombre toda la calle.

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Seguro que si preguntamos por el Paseo de las Delicias de la Princesa o por el Paseo de Isabel II pocos sabrán de qué calle les hablamos y más de uno nos mandará a alguna zona de la capital que poco tiene que ver con nuestra búsqueda. La realidad es que ambos nombres designaron sucesivamente a la que a día de hoy constituye una de las principales arterias de Madrid, el Paseo de la Castellana, como popularmente se terminó llamando a esta vía construida después de que se tapara y se asfaltara el arroyo del mismo nombre que transcurría por allí hasta el primer tercio del siglo XIX. Poco o nada que ver con el trasiego de tráfico y peatones que caracterizan la rutina de esta calle a día de hoy.

Calle de las Tres Cruces

Hasta los tiempos de la Inquisición se remontan los orígenes del nombre de esta calle de Madrid, la de las Tres Cruces. En esta céntrica vía, perpendicular a Gran Vía, tuvo lugar la quema de tres herejes, dos mujeres y un hombre, a los que el Santo Oficio acusó de profanar la imagen de la virgen de una iglesia situada en la cercana calle de La Salud. Las tres cruces en las que ardieron los cuerpos servirían para acuñar el nombre de la vía que hoy acoge el popular Teatro Príncipe, que comparte en ella protagonismo con múltiples locales y comercios de barrio.

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Calle de la Salud

La peste bubónica del siglo XV está relacionada con el nacimiento de esta céntrica calle madrileña, paralela a Tres Cruces, y corazón del barrio en que se refugiaron y aislaron del resto de la población los supervivientes de esta epidemia letal. Mientras la peste diezmaba la población del resto de la ciudad, los habitantes de esta zona lograron sobrevivir alimentándose exclusivamente a través de sus propias hortalizas y ganado y bebiendo de una de las primeras fuentes de agua potable de la ciudad.

Calle de Rompelanzas

A escasos metros de la Puerta del Sol encontramos la calle más corta de Madrid, con apenas una decena de metros de longitud. La calle de Rompelanzas, que comunica la calle de Preciados con la del Carmen, nació siglos atrás como un atajo para caballerías. Parece que su estrechez y sus profundos baches hicieron que distintos carruajes del siglo XVI rompieran allí sus lanzas, entre ellos el del corregidor y el del presidente del Consejo de Indias, motivo que terminaría originando el nombre de esta calle de Madrid.

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Calle del León

Cuna de Jacinto Benavente, esta emblemática arteria del barrio de Huertas, que comunica la plaza de Antón Martín con la calle del Prado, cambió hace ya siglos su antiguo nombre de calle del Mentidero por el actual después de que un indio instalara en ella una jaula con un león, convirtiéndose en una atracción para los madrileños que pagaban dos maravedíes a cambio de contemplar al animal. A día de hoy, la calle del León, uno de los ejes en torno a los que se vertebra el Mercado de las Ranas, es un fiel reflejo de la conjugación de tradición y modernidad que caracteriza el conjunto del Barrio de las Letras, combinando negocios de toda la vida como Casa González con tiendas de lo más vanguardista como La Integral.

Calle de la Pasa

Cuenta un antiguo dicho madrileño que quien “no pasa por la calle de la Pasa, no se casa”, ya que en esta calle del Madrid de los Austrias tenía su sede el arzobispado, al que debía acudir todo aquél que quisiera casarse antes de la entrada en vigor del matrimonio civil. Al igual que la vecina calle del Panecillo, el nombre de esta calle de Madrid se vincula a la costumbre que había de entregar a los pobres distintos alimentos, en este caso pasas, desde diversas puertas del Palacio Episcopal.

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Calle de la Cabeza

Cuenta la leyenda que en una vivienda de esta vía cercana a Tirso de Molina un criado portugués cortó la cabeza al sacerdote al que servía para robarle todo su oro y huir. El sirviente no dejó pistas y el crimen se quedó sin resolver. Años más tarde, el luso volvió a Madrid como un acaudalado aristócrata y, paseando por el Rastro, tuvo el antojo de comprar una cabeza de carnero para su cena. Guardada debajo de su capa, el hombre iba dejando camino de su casa un reguero de sangre, llamando la atención de un vigilante, quien le preguntó qué escondía. El exsirviente accedió a enseñarle la cabeza del animal, pero lo que sacó sorprendentemente de su capa fue la cabeza del religioso asesinado. Así, fue detenido y ahorcado.

Calle de la Abada

Cerca de Callao, la calle de la Abada cuenta con una historia peculiar que habla de cómo un rinoceronte se convirtió en una gran atracción para los madrileños en el siglo XVI. Traído por feriantes portugueses, la zona entonces era un descampado y el animal causó gran expectación. En una absurda broma, un joven le dio un panecillo recién hecho y el rinoceronte, abrasado y asustado, le despedazó. El suceso hizo que el prior de San Martín expulsara a los feriantes, pero el animal se escapó y en su huida, según la leyenda, mató a unas veinte personas antes de ser capturado. Sin embargo, existe una segunda versión de esta historia, que cuenta que el animal fue un regalo del goberna­dor portugués de Java al rey Felipe II y su final también es diferente: al enterarse los madrileños de las supuestas características afrodisíacas de su cuerno, el animal fue envenenado y le robaron su magnífico apéndice.

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