Llamadlas 'gyoza', 'momo', 'dumpling', 'dim sum' o 'guo tie': la empanadilla asiática siempre ha gustado mucho, y en la actualidad se ha convertido en un plato 'hispter' de primera magnitud. Pero este infame estatus de comida de moda no le hace justicia a un plato que ya es un clásico de la cocina popular mundial. ¿Por qué triunfa la 'gyoza'? Porque, como la empanada argentina, es barata, buena y permite altas cuotas de creatividad. Veamos dónde comer las mejores de la ciudad.
Seis mordiscos de placer
Vale la pena pasar para probar unas 'gyoza' extraordinarias, sin duda de las mejores que hacen en Barcelona: pasta de arroz casera, rellenas de pollo y langostino, primero hechas al vapor, después con un toque de frito. Una delicia fina, humilde, económica. Sus rollitos de pescado, suavizados con caldo, también rompen esquemas sobre la comida china.
Un chino con espíritu joven, para quienes creen que los chinos son poco ‘cool’. Bajo esta premisa, hay que decir que ellos son quienes más han hecho por normalizar la empanadilla asiática en Barcelona: abrieron en 2002 y en su carta encontramos una variedad de ‘dim sum’–en chino se puede traducir como ‘pequeño mordisco’– para caerse de culo. De pollo, gambas y salsa de ostras, de verduras y setas, de cerdo laqueado o de ternera y calabaza. Lo mejor es coger un surtido de dos a la plancha, dos fritas y dos al vapor.
En su carta dejan claro que para ellos la ‘gyoza’, los ‘momos’ o los ‘dumplings’ son lo mismo: una especialidad que preparan con maestría. Los preparan al momento, y por eso tardan unos diez minutos. Pero la espera vale la pena delante de una delicia como el dumpling de cerdo, seta y bambú. Por cierto, sus ‘nems’ (rollitos) vietnamitas también son de antología. Los de este pequeño suburbio asiático de Gràcia –rigurosamente preparados con papel de arroz, langostinos o cangrejo, zanahoria, cebollitas, brotes de soja, cilantro, lechuga y menta–, fríos, con salsa agridulce, estallan en la boca en mil sabores y texturas.
Desde hace tiempo el Chen Ji es conocido como el chino-chino de Barcelona. Es decir, un restaurante auténtico sin los habituales ornamentos a base de luces rojas, dragones ni plafones luminosos con cascadas. El local es de lo más normal que os podáis imaginar, muy sencillo y práctico. Sus horarios, extensos. Desde las 9 de la mañana hasta casi la medianoche cualquiera puede ir a comerse un bol de fideos, una sopa o probar el menú de self-service per unos 5 €.
Y atentos, que su empanadilla frita, bien rellena de cerdo, tiene un sabor fabuloso y una relación calidad-precio inigualable: nueve piezas os saldrán por 3,50 €.
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