Son mucho más que una terraza: estos bares, por su excepcional ubicación, ofrecen algunas de las vistas más singulares y espectaculares de la ciudad. Una copa aquí se convierte en una experiencia de vértigo. Cuidado, que si bebéis demasiado aquí quizá os mareáis.
El nivel de la cocina del restaurante es más que digno, aunque quizá es más goloso congelarse en el tiempo y pasar la noche en su discoteca. Si salís a las seis de la mañana, no estaréis rodeados de vómitos y porquería, sino del aire fresco del Tibidabo.
Para comer con la ciudad a tus pies: situado en la planta 23 del Hotel Torre Catalunya, la visión casi panorámica sobre toda la ciudad es alucinante. Por la noche tiene un toque neoyorquino. La cocina va por caminos mediterráneos con un toque de modernidad bien entendida. Se come de forma consistente: hay muchas degustaciones finas, pero también entrecots de medio kilo.
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