Cruzando por debajo la montaña del Tibidabo, el Vallés Occidental nos ofrece muchísimas opciones, como Sant Cugat. Lo que comenzó siendo una villa es ahora el séptimo municipio más rico del estado español. Se puede pasear por sus calles –muchas de ellas peatonales– hasta llegar al monasterio, que tiene uno de los claustros mejor considerados de Barcelona: es ideal para desconectar del ruido y bullicio de la ciudad. Es como volver al pueblo, pero con buenas terrazas y ambiente familiar, de noche y de día.
Tomar un vermut con bravas en el Bar Rusiñol (Santigo Rusiñol, 43), o en cualquier sitio de la plaza del monasterio, es un placer que no os podéis perder.
Se puede ir en ferrocarril desde Plaza Catalunya (S1, S2, S5, S6 o S7).