Se trata de una superproducción del Teatro Real de Madrid en complicidad con el Mercat de les Flors, el Théâtre de la Ville de París y los festivales internacionales de flamenco de Ámsterdam, Ludwigsburg y Granada, un gran espectáculo para dar voz a quienes apenas han hablado de su historia. "Cuando el director del Théâtre de la Ville me pidió que hiciera una pieza nueva, me vino esta idea porque me parecía imbailable. No quería explicar lo que ya está en los archivos, sino hacer una reconstrucción a mi manera".
Bailar lo imposible es como explicar lo inenarrable, un reto sólo para los más osados, y que sólo unos pocos consiguen. "Me fui metiendo y a veces pensaba que no podría, pero al final encontré lo que buscaba: bailar feliz. Parecerá raro, pero 'Lo real' es la obra en la que soy más feliz bailando, porque para sobrevivir al Holocausto se debía tener una mente positiva, ser feliz a pesar de todo".
Durante su presentación en Francia el pasado mes de febrero, un día Galván se acercó al campamento de gitanos de las afueras de París, en Ris-Orangis, y se puso a bailar entre ellos. "Estaba rodeado de niños que no iban al colegio y aprendían de sus padre lo que podían, pero con alegría. Siempre se deben aceptar las circunstancias con alegría, esto los gitanos lo tienen muy claro". El medio minuto de vídeo que recoge estos instantes (está en el canal de YouTube de AFP) es emocionante porque, lejos de una acción de márquetin, vemos un encuentro genuino entre un artista de madre gitana que se ha dedicado a analizar el flamenco desde las escuelas y los archivos, con una gente excluida de los centros de conocimiento y poder, incluso los que se han creado con ellos, como el flamenco mismo.
"El flamenco es un universo donde cabe de todo. Los extranjeros cada vez aportan más, y es posible que dentro de 100 años los japoneses sean los guardianes de la tradición flamenca, ¿por qué no? Pero el gitano... tiene una voz, un movimiento de manos... incluso si no baila, sus gustos son especiales. Los gitanos son como la sal del guiso que es el flamenco". Así, Israel Galván sería la sal y la pimienta juntos, también un poco de guindilla.
El genocidio de gitanos durante el Holocausto no fue reconocido hasta el año 1982, y aunque los números exactos se desconozcan, se calcula que se mataron entre el 25 y el 50% de todos los gitanos europeos, unos 220.000 según la Enciclopedia del Holocausto. El tema de la muerte es recurrente en los espectáculos de Israel Galván, desde 'La metamorfosis' (2000), 'Arena' (2004) y también en 'El final de este estado de cosas' (2007). "Debe ser que me da miedo morir. O quizá es por la religión de mis padres, testigos de Jehová, que siempre he sentido una sombra de muerte sobre mí, el Apocalipsis, el Armagedón... De pequeño no quería bailar, pero cuando empecé a hacerlo pude superar mis miedos".
A parte de temores, también superó las expectativas de sus padres -bailaores y profesores de flamenco- y de las del arte con una dignidad tranquila y sabia que se apodera de su cuerpo, aparentemente normal hasta que sale a escena.
Esta es la primera vez que se hace acompañar en escena por otros bailarines. "Yo veo el flamenco como una expresión individual y cuando coreografías para otro enseguida se nota que no sale de uno mismo. Pero para tratar el tema del genocidio gitano necesitaba estar acompañado y mostrar amor por el mundo". ¿Y por qué Isabel Bayón (Premio Nacional de Danza 2013) y Belén Maya? "Yo aprendí mucho del padre de Belén, Mario Maya; es como mi hermana gemela, representa mi lado femenino. Los dos bailamos un estilo un poco incómodo, mientras que Isabel tiene un lado humorístico y seductor que también quería para la pieza, hace que la gente se marche con una sonrisa en la cara. Además, me servía para el personaje de Leni Riefenstahl, la bailarina y realizadora cinematográfica nazi que protagonizó una película titulada 'Tiefland' (Tierra baja) donde bailaba rodeada de gitanos que le hacían las palmas, y que acabaron exterminados".
Lo que sigue como siempre en sus piezas es el cuidado acompañamiento dramatúrgico, con Pedro G. Romero como director artístico -"me ayuda a trabajar en los archivos y me abre las puertas que pueden servirme, es como tener un amigo que lee mucho y te lo explica"- y Txiqui Berraondo como directora escénica -"necesito sus ojos críticos y puros, sin concesiones; no se deja llevar por nada, ni por la sensibilidad de los bailarines"-. Con un equipo así, es casi imposible fallar. "Para mí, todas las personas que salen al escenario son igual de importantes, yo soy uno más entre ellos, así es cuando funcionan las cosas". En general, funcionan muy bien, los escenarios de todo el mundo se rinden a sus pies. "En Alemania, cuando tocaban las palmas veía la cara de la gente que casi lloraba, y en Francia el silencio era total". Pero en Madrid hubo gente que se lo tomó de otra manera. "Al final, que te silben es un aliciente y los gritos acaban formando parte de la pieza".
Galván no busca la confrontación ni tampoco la novedad porque sí. "Desde lo más profundo, busco que el cuerpo me diga cosas. Los pasos nuevos vienen solos cuando te cambia la mente y el cuerpo, y esto es lo que busco. Con cada pieza me cambia el cuerpo y la mente. Cuando hice 'El Apocalipsis' sentí que me había salido un sol en el pecho, en 'La curva' con el nombre está todo dicho y en 'Lo real' he visto que salía más la sensualidad. Bailar te cambia, como lo hace la familia o la sociedad".