Marcello Di Prinzio, chef de este fabuloso italiano, opina que “el único secreto del carpaccio, a parte que el producto sea bueno, es que la carne sea muy tierna, que se deshaga en la boca”, y, sobre todo, que la materia prima, con el aliño, forme un todo homogéneo, que se note un sabor conjunto. El carpaccio estrella aquí es el de ciervo, que preparan con limón, albahaca y un poco de queso pecorino –de leche de oveja– con un toque de trufa. Intenso y delicioso. También dispone de un carpaccio de salmón (con aceite y jengibre) y el clásico y canónico a base de filete de ternera, rúcula y queso Granna Padanno.
Aunque hace años Quim Monzó acusó al carpaccio de ser uno de los platos más ridículos de la historia -quizá con el paso de los años habrá cambiado de opinión-, desde aquí queremos romper una lanza a favor del plato laminado, incapaz de romper dientes. Algunos lo llaman el bistec tártaro de los flojos, pero con una preparación óptima esta especialidad de origen veneciano se convierte en un plato tan ligero y refrescante como energético y proteínico.