Carme Ruscalleda es, objetivamente, la cocinera más importante del mundo. Y no tiene pelos en la lengua para retratar al machismo en el mundo de la restauración.
¿Cómo recuerdas tus inicios en un mundo tan masculino como este?
La sociedad me daba el pésame por plantarme en un lugar oscuro y grasiento. Pero yo lo veía como un espacio lleno de libertad y de luz, y así lo continúo sintiendo. Y siempre me ha acompañado una suerte. De pequeña me decían: “A esto no puedes jugar”. Y por el rintintín jugaba. Nunca me he sentido ciudadana de segunda. Defiendo la feminidad, pero las mujeres tenemos el mismo derecho y la misma fuerza.
¿Te has sentido alguna vez tratada de una manera diferente por ser mujer?
En algún 'showcooking' he visto miradas que dicen: “¿Esta que nos viene a explicar?”. Me he sabido defender disculpándolos. Pobrecitos. Y al cabo de un rato te los ganas con tu trabajo. A muchas chicas les digo: “La primera que tiene que creer en ti eres tú misma. No te pongas palos en las ruedas. Porque la sociedad te lo cobrará todo al mismo precio”.
¿Has visto evolucionar el papel de la mujer en el alta cocina?
Hace 30 años había algún restaurante que no permitía la entrada en la cocina a las mujeres. Ahora, siempre haré protesta de discriminaciones positivas y premios para ellas. Competimos con la misma fuerza y calidad que los hombres. Esto no es fútbol.
Machismo en el restaurante: ¿esta lacra sigue presente en los fogones profesionales? Quizás no tanto como en la época en la que cocina era sinónimo de espacio oscuro y mugriento, de jefes alcoholizados y de dimensiones gargantuescas. Pero si el machismo clava su cuerno de rinoceronte en todos los ámbitos, no hay razón para no sospechar de la restauración.
Sin ánimo de llegar a grandes conclusiones, hablamos con algunas de las mujeres más relevantes del gremio y una cosa queda clara: ninguno niega la existencia del machismo en la gastronomía. Roser Torras, directora de la agencia GSR y creadora del congreso gastronómico en España tal como lo conocemos, recuerda que en sus inicios “todo el mundo te intentaba ligar”, pero bien, esto era “normal en todos los ámbitos”. De su etapa de delegada en España de la poderosa revista 50 Best Restaurantes, todavía le chirría el hecho que “establecieran el premio de la mejor cocinera del mundo”. “¿Qué sentido tiene? Un cocinero es bueno por sus conocimientos y talento, no por su género”, razona.
El argumento es de un sentido común tan evidente, como machista (micro o macro, elegíd) fue que a la coctelera Adriana Chía –ganadora de la World Class Competition 2016, mejor coctelero de España– le pidieran: “¿Qué se siente habiendo ganado contra tantos hombres?”. “Pues la verdad, nada. Todos somos gente y luchamos todos por lo mismo, que nos reconozcan”, explica la 'bartender'. Lo mismo que opina Ariadna Julián, la chef al frente de Monvínic, con una larga carrera que pasa por las mejores cocinas de Francia y España: “Cuando trabajas, te enfocas en ti y en tu trabajo. Y te quieres poner en la misma categoría que el resto del mundo”.
Julián no recuerda “ninguna experiencia muy mala o humillante por el hecho de ser mujer” en España, pero sí en Francia. Y lo peor es que “fue por parte de los compañeros, que me intentaron poner palos en las ruedas. Supongo que por el hecho de ser mujer y extranjera”, recuerda. Machismo y chovinismo, una mezcla repugnante. ¿Más actitudes incivilizadas? Todas las que queráis. Torras: “Me reunía con chefs y directivos, y me dejaban de lado, como si yo fuera la secretaria”, a pesar de que ahora se siente respetada por todo el mundo. Chía ha tenido problemas con clientes. Sólo tiene 26 años, y “estando detrás de la barra te das cuenta que el machismo de antes sigue muy vivo ahora”. En una situación tan extrema como cuando un cliente dice: “Quiero que me sirva él, no tú”, es en estos momentos “cuando le tienes que parar los pies a la primera”, explica Chía.
Rosa Esteva, propietaria de Grupo Tragaluz –veinte restaurantes que han marcado la fisionomía de cenar en Barcelona– se inició en el negocio como empresaria 'self-madewoman' y en toda su trayectoria sólo ha detectado un posible momento machista: “Cuando empezamos, quizás no se fiaban de mí y no me dejaban nada por anticipado. Tenía que pagar las Coca-colas al instante. Quizás por el hecho de ser mujer, pero quizás no”. Pero un hecho que no tolera en el negocio del ocio es “que las mujeres sólo vendan teta. Que vendas un buen servicio y estética está muy bien, eso sí”. Considera que mucho más peligroso que el machismo es “la falta de respeto que tiene el político hacia el empresario. Acabarán con nosotros”. (Anécdota: ante políticos de todos los signos que le gorronearon comidas de manera prepotente, alaba a Maragall. Le quería invitar pero su mujer Diana Garrigosa pagó la cuenta cuando fue al lavabo).
Todas coinciden en señalar la familia como una carga que el chef no soporta tanto, ni mucho menos, como dice Julián: “Estaba en cocinas gastronómicas de alto nivel, y cuando tuve a mis hijos decidí hacer una cocina que, en cuanto a horario, me dejara combinar restaurante y familia”. Torras coincide: “Se tiene que luchar porque no sea sólo la mujer la que combine familia y restaurante. ‘¿Con que te ayudo?’ es una de las frases que una mujer odia más escuchar en su casa”.