Toda la vida pensando que Proust mojó una magdalena en el té y no: el flujo de recuerdos de 'Por el camino de Swann' se inicia con la inmersión en el té de una 'madeleine': una pasta francesa con forma de concha de peregrino por un lado y la protuberancia de un pezoncito por el otro.
Esto me lo aclara Luigi Masala, un francés de origen italiano que ha abierto “la primera tienda del mundo especializada en 'madeleines'”, según explica. Madeleine Mon Amour (Rbla. del Poblenou, 117. 93 162 07 91) –un elegante restaurante/salón de té de estilo art déco, mucho menos empalagoso que su nombre –ofrece una puesta al día de este icono del dulce francés, relativamente desconocida aquí. “Quería un producto con historia que se pudiera trabajar según los gustos y sabores de la alta pastelería francesa”, dice. Masala, empresario y pastelero, elabora en la tienda un repertorio completamente artesano de 25 'madeleines' dulces y siete saladas. Para apreciar las dulces “hay que comerlas un poco calientes, y mojarlas en el café o té. Así se despliegan todos sus sabores”.
Hago el experimento y es cierto: mojo una 'madeleine' de coco recubierta con chocolate negro y las capas de sabores te llegan nítidas a la boca. Buenísima, como la de marron glacé o la rellena de crema con extracto de pétalo de rosa.
No es solo una pastelería: Masala ofrece un menú de mediodía y una fórmula donde, por 55 euros, dos personas se llenan de patés y quesos franceses y 'madeleines' dulces y saladas. Atentos a la carta de champán y vinos franceses, a precios más que interesantes.
Es un hecho: la renovación de la pastelería francesa es una tendencia que está llegando a Barcelona. Esto explica que Victoria’s Cakes (Laforja, 17. T. 93 176 55 15), zona cero de la magdalena made in USA, empiece a vender una nueva versión del delicioso éclair, aquel pastelito alargado y glaseado hecho con pâte à choux –la pasta de las lionesas– y relleno con crema pastelera (a los de la zona de Girona, ¿os suena el concepto palo de crema?).
Victòria Ballesta, propietaria de la pastelería, explica que “causan furor en París y Londres, son buenísimos y vistosos”. Habla de un producto artesano “con una masa que se tiene que hacer removiendo la olla muchas veces, y no lleva ningún colorante”.
Su reversión implica hacerlos más grandes y con cremas diferentes, como, por ejemplo, de chocolate blanco con un glaseado de pistachos y arándanos. Para Ballesta, este producto encaja mucho más con nuestro carácter que las controvertidas cúpulas de glaseados coloridos. “Es cremoso y trufado, mucho más familiar para nuestro paladar que el bizcocho”. Por cierto: ¿ha caído el mercado del cupcake? “Tuvo una punta muy fuerte y ahora ha bajado, se ha estabilizado. Hay un grupo de gente a quien nunca enganchó. Pero ya no es una moda: se ha quedado en Barcelona”.