Del Poblenou me fascinan aquellas masías/restaurante derrumbadas y/o tapiadas (fachadas derechas desnudas, casonas ciegas). Por eso celebro que el antiguo Cisco –acumuló runa en la neurálgica esquina de Pujades con Aguiló desde hace un lustro– sea ahora la casa propia de Hug Pla. ¿Os suena? Fue el cocinero detrás de los sublimes arroces ahumados del Kaiku durante 12 años.
Giovanna D’Avanzo, su socia, explica que “no queríamos que un lugar con cien años de historia se convirtiera en una hamburguesería”. El Minyam –el nombre viene de una salsa “buenísima” de jengibre y lima que Pla quería patentar– es hostelería popular ilustrada; abren todo el día: a mediodía, menú y carta (tapas, pescados y carnes) y sobre todo unos arroces que Pla asegura “haber mejorado”: “Los puedes pedir para comer o cenar. No hago ni marca ni sofrito, no son pesados”. ¿Cómo lo hace? Secreto de la casa; pero es un arroz de pescado y marisco (a 17,80 €) que no tiene nada que envidiar al de casas arroceras que pican mucho más alto, si me entendéis.
Querían la barra para comer las tapas y el salón para sentarse, pero “al final, anarquía: gente comiendo tapas en el comedor y otros comiendo arroz en los taburetes”, dice D’Avanzo. Esta calidad popular se traduce en un menú de mediodía de 11 € espléndido (con un suplemento de 3,50 €, pocas veces he probado un entrecot así, eco y madurado, en menú). Y las copas de la noche –el local es precioso– tiene sustancia, negra y densa: el asesor musical y socio es el Marula Café, que comparte las ganas de dar una cosa buena que puedan pagar muchos.
Es la misma intención que tiene en La Falconera Xavier Luque. Cocina y medida casera en una de las calles con los restaurantes más grandes de Barcelona, Enric Granados: “Esto es una casa de comidas tradicional, con los defectos. Y las virtudes”. Que son las proximidad, en tracto y producto: Luque a las nueve va al mercado, escoge género y vuelve a una barra, cuatro mesas, dos fogones y una plancha y te lo prepara en tus narices.
¿La Falconera? Publicista durante 25 años, empezó a cocinar en un ático clandestino, “el típico gallinero. Pero ponerle ese nombre no quedaba bien, y al final fue La Falconera”, ríe. Cocinero autodidacta, acabó harto de macro restaurantes, y decidió no volver a cocinar en un sitio que no fuera suyo. Debe ser el local más pequeño de Enric Granados, pero ejerce el oficio del guiso y la ración con maestría. Una croqueta de cremosidad brutal grande como tres, y mar y montaña tocados por la tramontana, el talento y la frescura: como unos calamares a la plancha contra una pelota cocinada con caldo de Navidad y un huevo frito de pato, o un 'suquet' de escorpina.
La fórmula de mediodía es afrancesada y potente: por 15 €, ensalada y guiso del día, y por 25 en fines de semana, un menú de tapas que culmina en arroz o guiso. Xavier Luque: ¡platos XL!