El lema de Paola di Meo y Miguel Portillo –sala y cocina del Tarantín– es 'serious caribbean cuisine'. Ellos son de Maracaibo, topónimo con eco de cañones piratas. El Tarantín –equivalente a chiringuito callejero– quiere "establecer un pequeño repertorio de cocina de autor inspirada en las recetas del Caribe: Granada, Trinidad y Tobago...", dice Portillo. No se definen como restaurante venezolano, sino "como una plaza abierta a las influencias afro comunes del Caribe", dice Di Meo. Han convertido una tienda de teléfonos en una caseta de playa y se han documentado a fondo en cuanto a la comida de la calle. Una carta corta y mutante que va al grano, con seis tapas y siete principales: excelentes las bolas de yuca rellenas de 'jerk chicken', pollo favorito de Bob Marley, delicado y ahumado (¡el ave!). De la República Dominicana tienen el mofongo, una cúpula de arroz, plátano frito y especies que ellos hacen con carrillera de ternera. Y de cosecha propia, un tierno magret de pato que, asado en una hoja de plátano y con verduritas y especias, genera una salsita propia deliciosa, nada que ver con el pato con crema de leche que arruina la digestión. En el menú de mediodía (12,95 euros) ponen ritmo 'rocksteady' a recetas mediterráneas.
A ver, pandilla de 'milenials'; ¿os dice alguna cosa el eslogan 'Del Caribe la traigo yo'? (calypso de Belafonte de fondo) Han pasado décadas desde el anuncio de Trina Piña Colada, pero comienzan a haber restaurantes que nos traen del caribe (el jaimacano Stush & Ten lo intentaron el 2009). Sobre todo venezolanos: la diáspora 'madura' ha hecho que estudiantes de hostelería con intención de volver se instalarán en Barcelona y pusieran en práctica lo aprendido en las escuelas de cocina 'top' (hay muchos venezolanos con cursos en la Hofmann.