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En el segundo día de terrazas abiertas, he hecho un pequeño trabajo de campo: en el bar de la esquina de casa, el Bon Gust –propiedad de mi vecina Isabel, cariñosa tabernera china, que lo mantiene impoluto, y prepara y pone bocadillos y cañas buenísimos, el café no tanto– a las ocho y media de la mañana había cinco comensales, uno por mesa. Todos fumadores. Lo mismo ocurría en las tres mesas de la cafetería Mallorca, a las nueve, y también repetición de la jugada humeante en las dos solitarias mesas del excelente bar-restaurante Petit Daniel, a eso de las 9.15 h. Conclusión exprés del sondeo: los clientes de las terrazas de la fase 1 son, en su mayoría, fumadores.
Sí, un fumador tiene una motivación extra total a la hora de ser madrugador y ocupar sitio en una terraza. Toda esta disquisición viene a cuento por la reciente advertencia de la Sociedad Española de Neumología (SEPAR): fumar en la terraza aumenta el riesgo de contagio de lo que usted y yo sabemos. Según Carlos A. Jiménez-Ruiz, neumólogo y Presidente de SEPAR: "Al fumar y exhalar el humo, ya sea tabaco convencional o dispositivos electrónicos, se expulsan diminutas gotitas respiratorias que pueden contener carga viral y ser altamente contagiosas". Y como todavía no se ha inventado la mascarilla que permita fumar con la cara tapada (¡sí que existe una para comer!), el peligro se incrementa por la necesidad de ponerse y quitarse la mascarilla, y llevarse las manos a la boca todo el rato.
En este proceso entran el juego las gotitas de Flügge: son pequeñas gotas de secreciones (principalmente saliva y moco) que se expulsan de forma inadvertida por la boca y nariz al realizar acciones como toser o incluso hablar en voz baja o respirar, y pueden transportar gérmenes infecciosos de un individuo a otro. Y si bien es obvio que el riesgo transmisión en espacios abiertos disminuye, no lo es menos que fumar lo aumenta.
Por cierto, tanto la SEPAR como la Organización Mundial de la Salud han desmentido el mito que la nicotina protege los pulmones frente a los garfios del maldito cacho de ADN defectuoso que nos trae de cabeza. "Nos enfrentamos a una enfermedad respiratoria, hace daño a los pulmones. El tabaco aumenta el riesgo de tener que someterse a un respirador en la UCI o perder la vida", advierte la OMS. Más claro, el agua.