Primero de todo, tenemos que decir que nos aburrimos como ostras. Teníamos muchas esperanzas puestas en Neil Patrick Harris como showman, pero se quedaron en papel mojado. A excepción del momento calzoncillos que tenéis arriba, estuvo más soso que un plato de acelgas. La gala de los Oscars habría sido una lata, si no fuera por dos cosas. La primera, la actuación de Lady Gaga, sorpresa total de la noche, que interpretó el repertorio entero de 'Sonrisas y lágrimas', empezando por 'The hills are alive'. La segunda, el 'fake' de Sonia Monroy, una frivolidad a gran escala que al menos nos tuvo entretenidos. Hablemos de ello.
A las doce y media, hora peninsular, empezó a tuitear fotos suyas con un vestido que decía que se había cosido ella misma, como si fuera Cenicienta con sus ratoncitos. De cintura hacia arriba, una tela calada roja. De cintura hacia abajo, la bandera de España con dos rajas por donde salían las piernas y el escudo coronándole el culo. Al final se descubrió que todo era una bola, que aquellas imágenes eran el día antes, de la jornada de ensayo, y que Monroy ni siquiera estaba invitada a la ceremonia. Pero, qué queréis que os diga, nos animó un poco la velada.
Es cierto que el año pasado Ellen Degeneres dejó el listón muy alto. Repartió pizza entre la platea del Dolby y se hizo un 'selfie' con Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y compañía que marcó tendencia. A los noctámbulos que nos pasamos cafeinados la madrugada del lunes, no faltó un poco de ese humor afilado. Y, si queréis que os sea sincero, tampoco es que los resultados me hicieran muy feliz.
Ahora me pondré corsario y haré un poco de sangre. No estoy de acuerdo con el éxito de 'Birdman', con este Oscar a la Mejor película. Me parece un artefacto pretensioso que quiere hacer gala de un virtuosismo inexistente. Me meteré con las bondades del famoso plano-secuencia un poco más adelante, no dejéis de leer. De momento, me conformo con decir que el discursito sobre el teatro y la vida no me parece nada nuevo. Nada que Polanski, por ejemplo, no haya trabajado. La imagen del actor fracasado se vende muy bien entre los académicos, que al fin y al cabo son quienes votan, pero apesta a naftalina. Y no es necesario argumentar mucho más: este era el año de 'Boyhood', una propuesta importante de verdad. El tiempo pondrá las cosas en su lugar. Dentro de diez años veremos cuál de las dos cintas ha superado las garras del olvido. Ya lo sabemos, desde Pasolini, que en este mundo hay pajaritos y pajarracos.
También fue para Iñárritu. Y hay que reconocer una cosa: después de dos fiascos de solemnidad como eran 'Biutiful' y 'Babel', esta no estaba tan mal. Pero de aquí a llevarse el galardón mayor hay un abismo. Cuando recogió el premio, Iñárritu dijo que bajo el esmoquin llevaba los mismos calzoncillos que llevaba Michael Keaton en su paseo nocturno por Times Square. Quizá esperaba que le dieran suerte. ¡Y el muy canalla lo consiguió! ¿Debemos atribuir los resultados de los Oscars a una cuestión de lencería? Visto así, quizá haber pasado la noche despierto ya no me resulta tan poco productivo. No hace falta decirlo, pero por si acaso: este premio también debería haber sido para Richard Linklater, que se ha pasado doce años orquestando un rodaje que capta, como no se había hecho antes, el paso del tiempo, la vida. 'Boyhood' nos ha despertado un amor paternal que muchos todavía desconocíamos. Linklater es Dios.
Julianne Moore es una actriz prodigiosa. La semana que viene tendréis ocasión de confirmarlo, porque se estrena 'Maps to the stars', la última película de David Cronenberg, donde la veréis interpretar uno de los papeles más vomitivos y brillantes de su carrera. Dicho esto, no creo que sea 'Siempre Alice' la cinta que le deba dar la inmortalidad. Después del 'Amour' de Michael Haneke, o incluso de 'Stopped on track' de Andreas Dresen, el film de Richard Glatzer y Wash Westmoreland me sabe a telefilme de sobremesa de Antena 3. Julianne Moore es la única que salva la papeleta, pero el producto es tan flojo que me sabe un poco mal que sus majestades los académicos hayan decidido aprovechar esta ocasión, y no otra, para hacer justicia histórica.
He visto a mucha gente cargando contra Eddie Redmayne. Son, sobre todo, los partidarios de Michael Keaton, que en líneas generales sostienen que una imitación no merece un gran premio, que el clásico Oscar al actor de biopic tan habitual en los anuarios de Hollywood es para salir despavorido. En esto último coincido, pero quiero romper una lanza a favor del joven pelirrojo. Lo que le hemos visto hacer en 'La teoría del todo' no tiene nada que ver con Meryl Streep en 'La dama de hierro'. Va mucho más allá de un intento lucido de convertirse en Stephen Hawking. Es la historia de un hombre que se transforma, una metamorfosi degenerativa que va del bipedismo al estado vegetal. Un individuo que se va retorciendo sobre su propio esqueleto, como un tubérculo, como un espantapájaros destruido. Redmayne estuvo entrenando con un bailarín que lo sometió a una disciplina de resistencia muy dura. No es un papel en profundidad psicológica, pero sí de una entrega anatómica salvaje. El tipo tiene incluso control sobre el latido de su corazón. Redmayne es una bestia.
Así como cuestiono la bomba 'Birdman', estoy bastante contento con el triunfo de 'El Gran Hotel Budapest', que al fin y al cabo se ha llevado, como la peli de Iñárritu, cuatro estatuillas. Empate. Es bastante curioso: estamos acostumbrados a ver un resultado partido entre los premios altos y los premios técnicos. Este año hemos cambiado técnicos por estéticos. Los cuatro galardones de Wes Anderson son, en realidad, un homenaje a su particular universo, hecho de colores pastel y acuarelas. El gran mérito de 'El Gran Hotel Budapest' es llevar la prosa de Stefan Zweig a la mansión de Pin y Pon. Agitadlo en una coctelera con un concepto de juego de mesa tipo 'La herencia de tía Agata' y un pequeño tributo a las tramas internacionales de Alfred Hitchcock, que incluye incluso una copia plano por plano de la persecución por Pérgamo de 'Cortina rasgada'. Mejor vestuario, Mejor maquillaje y peluquería, Mejor banda sonora y Mejor diseño de producción, es decir, dirección artística.
Pero a Wes Anderson se le escapó el Oscar a Mejor fotografía, que también fue para 'Birdman' y su cansino plano-secuencia, sobrevalorado lo mires como lo mires. He prometido encarnizamiento, y os lo daré. No lo critico porque sea de mentira, ni porque tenga costuras digitales por todas partes: al fin y al cabo, está tan poco encubierto que acusar a Iñárritu por falta de honestidad sería una pasada. Lo que sí que me pregunto es hasta qué punto la historia de 'Birdman' le pedía tal despliegue. Me pregunto si no le habría funcionado mejor con un juego de planos cortos y acelerados tipo 'Opening night' de Cassavetes. Y me contesto a mí mismo diciendo que lo único que quería Iñárritu era sacar pecho y buscar el reconocimiento de su virtuosismo tramposo. Hitchcock ya lo hizo en el año 48 con 'La soga', y sin efectismo de videoclip. 'Birdman', me perdonaréis, es pura pirotecnia. Y a mí estas cosas me cargan.