La reinvención de comer al aire libre: los grandes cocineros diversifican oferta y los hoteles ponen toda la artillería en la calle. Es una guerra incruenta en plena sombra en la que todos ganamos
Dos Palillos acaba de poner terraza, y directamente se convierte en una de las más especiales de Barcelona: tras las rejas de la Casa de la Misèricordia, delante del restaurante, la preciosa placita aloja unas dieciséis sillas. Albert Raurich, chef michelinizado reciente, explica que "es un sitio muy especial, resguardado y que sólo aparece de noche", excepto los sábados. Comparte espacio con una escuela concertada, y sólo abren de martes a sábado por la noche y los sábados a mediodía. Hacer el menú degustación con dieciocho pasos, por el tamaño de la cocina y el gasto en camareros, sería una locura. Y Raurich ha optado por hacer una analogía del haikú -forma desnuda de la poesía japonesa, a menudo sólo tres frases esenciales- con la comida. "Hacemos un menú de cinco o seis haikús que se comen, cada uno con dos o tres platillos", explica. "Cosas que cambian, divertidas y que crean cierta controversia en cuanto a la textura", resume: rollito de pollo rebozado con sashimi de pollo tibio, o una especie de ensalada fría de calamar, todo conceptualizado con una secuencia lógica de producto y cocción. Pequeña joya de creación japo.
Mey Hofmann gestiona la terraza del espacio de creación contemporánea La Seca. Tomad nota de este pequeño gran secreto, una delicia: el bar situado a pie de calle frena el turismo, y para acceder a la terraza hay que coger el ascensor; de hecho, más que una terraza es un terrado. Entre paredes modernas y medievales, sobre un suelo de ladrillo rojo, Mey Hofmann ha hecho "su ensayo de restaurante de tapas para cuando me retire de la alta gastronomía". A precio muy asequibles -¡caña bien tirada a 1,60!-, Hofmann ha dispuesto "una carta muy simpática" donde mandan las cocas de recapte: destaca la italiana (stracciatella con tomates cherry confitados y alcachofa), platos fríos en los que resalta una burrata con un poco de pesto que llega de Brescia dos veces por semana, y buenas tapas calientes como el pulpo a la gallega con patata confiada. También hay plato del día, potente y catalán, sepias con albóndiga, por ejemplo. Por la tarde, entran en juego las meriendas.
Y, no es necesario decirlo, con restaurante y pastelería en la esquina, todo es fresco y de la casa. Buen trato: el hipster con resaca que se acaba de pintar los tatuajes con café tiene mesa en cuestión de segundos. Se come muy bien por menos de 20 euros. Cuidado con el horario: de miércoles a sábado, de 12 a 24 h; los domingos, de 12 a 21 h, y los martes, de 16 a 24 h.
No es ningún secreto que una de las mejores terrazas de la ciudad es la del Arola, una vista espectacular de la playa matizada por un jardín de modernidad selvática.
Este año, Sergi Arola nos explica que "por 20 euros llevamos una bicicleta a casa del comensal, que se desplaza hasta el restaurante y vuelve a casa con la bicicleta. Después pasamos a recogerla". Arola, chef roquero por excelencia, tiene una Harley "por supuesto, pero todos los desplazamientos cortos los hago en bicicleta, la mejor manera de mantenerse en forma".
Y aunque toda la carta está disponible en la terraza, por doce euros podéis disfrutar de una trilogía de patatas bravas, sardinas marinadas con ensalada de buey de mar y mejillones, y blues y funk en directo cada jueves por la noche. Después de las inesperadas fusiones orientales de la temporada pasada, ha vuelto a la tapa clásica y selecta porque es lo que le gusta más "y lo que la gente pide".
Justo antes de que la Via Augusta se convierta en vía rápida, el Dos Torres, mansión reconvertida en restaurante, ofrece un jardín con 200 m2 de verde y una carta de platos frescos donde el gazpacho tuneado y burrata comparten espacio con bistec tartar o atún rojo con sanfaina. Un buen festín con un precio aproximado de 35 euros, bebida incluida.
Claro que si en Barcelona hay una terraza pionera y responsable de la terratización de los hoteles, esta es la del Claris: coctelería impecable y un ambiente que puede ser adecuado para una cena romántica como para los primeros meneos de cadera de la noche. La comida es muy buena, pero a precios altos: menú degustación, 46 euros. Hace 20 años que la inauguraron y es un clásico.
La terraza del Omm (Rosselló, 265. T. 93 445 40 00), el hotel cool por excelencia de la ciudad, se abre al visitante cada noche de siete a una de la madrugada. Puntos a favor: una vista impresionante del paseo de Gràcia, y una barra de sushi combinada con una oferta de los platillos más asequibles del bar del restaurante de los hermanos Roca: entre los que está los ya famosos brioches salados, los rocadillos (muy recomendable el de anguila con salsa teriyaki). También están disponibles los helados de autor de Jordi Roca.