Andreu Ruiz tiene con este local de la playa de Cunit una historia de amor. Hubo allí un bar en el que era DJ y donde conoció a su mujer, Carme García Cazorla, con quien ha compartido vida y negocio, aunque hace un par de años ella se independizó con una agencia de comunicación. El sitio fue derribado, construyeron pisos y, en los bajos, en una u acristalada, encendieron los fuegos de la arrocería, una batería de cocina para disparar chorrocientas paellas y calderos. Lo único que ahora pincha Andreu son cebollas.
Antes de contar granos, tuvieron dos restaurantes, La Sirena y La Cuina de l’Andreu, donde ensayó una creatividad que no logró la propagación necesaria. Pertenece a una generación de adelantados, la primera promoción de la escuela de Muntaner, chefs con a en el apellido: Sergi Arola, José Andrés o Carles Abellan.
El cocinero ha pensado bien qué ofrece y cómo lo ofrece: “El arroz se deja en medio de la mesa para que la gente se sirva. El vino, lo mismo. Queremos que el ambiente sea lo más relajado posible”. Carme es una sumiller con juicio y manda en la carta con tapones, con gran espacio para los vinos naturales. Esos jugos con alteraciones mínimas serán cada vez más cotidianos, concentrados por el momento en restaurantes con fe. Bebo Vinel.lo 2013 de Partida Creus y pienso en manzanas y en el color carmesí.
El servicio es diligente: tiene que serlo, en días arremolinados han dado de comer a 350 personas. Para mí una arrocería es como un cono con termitas para un oso hormiguero: un sitio en el que meter el morro y relamerse. Leo 16 propuestas en la carta entre secos, melosos y caldosos y los ojos se me van hacia el de cangrejos y galeras, dos ingredientes principales relegados a comparsas de fumet. Creo en las galeras y en los cangrejos y me haré una camiseta reivindicativa.
Mientras aparece el caldero, unos entrantes: unas croquetitas redondas de gallina (¡buenas!), unas gambitas de Vilanova al ajillo (demasiado aceite, ¿mojo o no mojo más pan?) y el sashimi de dorada con wasabi y espuma de soja. Dorada de caña que Andreu compra “si pesa más de tres kilos”. Eso es una carne blanca y no lo que se ve en la playa.
Aparece el botafumeiro con arroz de Illa de Riu. “Un sofrito denso. 50 kilos de cebolla y 50 kilos de tomate quedan reducidos a 16. El bazo y la sepia, más la cebolla muy concentrada, negra, dan el color. Ni colorante ni azafrán”. Sabor intenso, grano entero, dedos tintados tras la pelea con las armaduras de los crustáceos. Hurgo en ese vientre de hierro hasta vaciarlo. Las virutas de piña con crema catalana dan el toque tropical a la comida de pescador sofisticado.
'Rice to meet you, have a rice day': juegan con el término. Sunrice. Sol y arroz: sonríe. En la playa de Cunit hay millones de granos. Esos no me interesan. Solo lamento tener un solo estómago y 16 posibilidades arroceras.