Basado en el guión de: Woody Allen. Dirección: Àlex Rigola. Con: Andreu Benito, Joan Carreras, Mònica Glaenzel, Sandra Monclús, Mar Ulldemolins, Lluis Villanueva.
El buen teatro se reconoce cuando no hay más realidad que la se imita en el escenario; cuando el público olvida que las vidas depositadas sobre los intérpretes son historias prestadas, resucitadas con otros cuerpos en otros teatros y pantallas. Àlex Rigola es un gran director de teatro porque sabe cómo aflorar y pilotar esa amnesia selectiva y 'Marits i mullers' deja de ser la película de Woody Allen de 1992 o la producción estrenada por él mismo en La Abadía hace dos años con otro reparto en castellano. Eso es música del pasado y el espectador no pierde ni un minuto en comparaciones, feliz de estar atrapado en la verdad inmediata que despliegan seis personas y ocho personajes.
Rigola ha puesto a disposición de sus intérpretes una pizarra en negro para que cada uno escriba con su letra, con su escritura –sus pausas, titubeos, errores, borrones, firmeza, velocidad, inclinación, separación, con sus mayúsculas y minúsculas, con su propia grafología de emociones– una biografía escrita por un comediante de Nueva York que se cruza con las otras en el espacio dispuesto por el director. El resultado es magnífico, con una sorprendente reserva para la expresión de los sentimientos silentes. En esta función se esperan risas como mordiscos de limón –y las hay– pero no tantas declaraciones hechas en silencio. Cumbre de ese teatro dérmico: el reconocimiento mutuo que hacen Andreu (Benito) y (Mònica) Glaenzel de que su matrimonio se ha roto. De otros momentos espléndidos ya se encargan Mar (Ulldemolins), Sandra (Monclús), Lluís (Villanueva) y Joan (Carreras).
Y además hay elegancia en los detalles; atención con que delicadeza interviene la música en el relato del desencanto. Excelente.