De: Juan Villoro, Juan Cabestany y Pau Miró. Dir: Andrés Lima. Con: Nathalie Poza y Pablo Derqui.
Berlín era glamour negro; un pozo que atraía a los malditos sin vértigo. Una isla de depresiva libertad rodeada de cemento y alambre. Reed no conocía la ciudad cuando compuso el disco 'Berlín' a principios de los 70, pero la retrató con precisa oscuridad como un telón de acero que servía de fondo a un 'amour fou'. El diorama adecuado para dos seres condenados a destruirse. Nueva York era en esas misma época un laberinto lleno de trampas que convertían cualquier sueño en una pesadilla llamada 'Berlín'.
Las letras de las canciones sirven de guía por un laberinto trazado por Pau Miró, Juan Villoro y Juan Cavestany. Se pierden por e´l Caroline, prostituta retratada como un juguete roto de la Factory, y Jim, un proxeneta con pose de músico underground. Quizá parece excesivo que Andrés Lima haya necesitado la colaboración de tres dramaturgos para transformar un disco en un montaje teatral finalmente no demasiado alejado de su origen. Igual de contraproducente parece el envoltorio estético, de una belleza digital tan serena que parece un homenaje al despliegue audiovisual de los espectáculos de Laurie Anderson. Una belleza que actúa como antídoto al dolor profundo de las palabras.
El público tarda en deshacerse de esta inmunidad y reacciona a destiempo a la certeza que los personajes no tienen otra salida que estamparse contra el muro de la desgracia. También los intérpretes (Nathalie Poza y Pablo Derqui) se dan cuenta tarde –mal conducidos por el director– que el histrionismo de la falsa euforia es un lastres del que cuesta desprenderse. Pero cuando lo consiguen, cuando a los personajes ya no les quedan opciones y el camino del fracaso se ciñe cada vez más, convencen y consiguen momentos de auténtica intensidad, emoción y poesía.