Dice la web que el Picnic es un local especial. Que todo está hecho con amor y afecto, aunque en Cataluña es más comprensible decir con cariño. Tiene aspecto de restaurante de moda, de aquello de Julio Iglesias que decía "soy un truhán, soy un señor, mitad bohemio y soñador", entre tarea y restaurante, entre 'contractée' y 'décontractée'. El público es una mezcla de turistas y gente joven con ganas de encontrar trabajo en oficios liberales antes de tener que emigrar a Australia. El ambiente es muy acogedor.
Con Jaime en la cocina y Tara en la sala, Picnic ofrece la posibilidad de hacer un 'brunch', una moda que tiene aspecto de convertirse en una tradición con permiso de los pijos. Como me gusta la modernidad, de la carta del 'brunch' escojo unas croquetas de quinoa en forma de dados, muy bien fritas y crujientes. Y como después de Navidad y San Esteban es muy difícil pasar del mono de carne, pido la hamburguesa de carne con ensalada, bacon y patatas caseras encofradas en un cucurucho. El pan, y se agradece, es muy bueno y crujiente. Nadie ha podido contestar la pregunta de si fue primero el huevo o la gallina. En el caso de la hamburguesa, el pan es lo primero.
De postres, escojo un pastel de plátano. La masa es compacta, ¡viva! Durante un rato he podido traspasar la barrera de lo que unos llaman felicidad y otros, un exilio placentero.
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