Berta, Sergi y Jordina hace años que tienen negocios pequeñitos y aprovechadísimos en el Raval y trabajan juntos para cultivar un nuevo modelo de relación establecimientos-barrio, basado en la red, la sostenibilidad y la atención a los vecinos. Que hayan unido esfuerzos para abrir La Monroe, el bar de la Filmoteca, es muy buena noticia, porque la gestionan con el mismo amor y conocimiento del territorio que sus propios locales.
Al entrar ya se nota: en un espacio enorme y diáfano, todo ventanales, han conseguido trasladar aquella calidez y ambiente familiar del Lupita, Las Fernández o el Pódame. Los adoquines de la plaza son el suelo del local, tiene una gran terraza con jaulas de pájaros para hacer que crezca la hiedra y mesitas de aluminio lacadas en verde piscina y rojo coral. El interiorista Antonio Iglesias ha hecho un magnífico trabajo: ha iluminado el espacio con lámparas hechas con hueveras recicladas y bombillas de gran filamento y ha dispuesto largas mesas de madera para compartir con esqueleto de andamio –dice que para rendir homenaje a 'En construcción', de Guerín, que se rodó allí–.
La Monroe es todoterreno: puedes desayunar, picar algunas tapas –¡la ensaladilla rusa está buenísima y los embutidos son de Ponts!–, comerte un menú a buen precio, beber tés, cócteles, comer bocadillos y ensaladas, cenar un cebiche o un secreto ibérico. Te puedes gastar cuatro duros y tomarte un café y un fabuloso pastel casero o cenar por 25 € y quedar como un señor. En La Monroe hay hermandad y apetece pasarse allí todo el día. Ahora sí que podemos decir que en la Filmoteca no falta de nada.