Ay, qué recuerdos! Una vez, poco después de la caída del muro de Berlín, me enamoré de la cocina japonesa y traje a un grupo de amigos a cenar a un restaurante japonés. De repente, uno de ellos desapareció y lo encontramos bajo la mesa, cociendo una gamba cruda con un encendedor, mientras repetía: "Tengo hambre, tengo hambre". Por suerte, de aquella gamba chamuscada los 70 -gracias Jean-Louis Neichel! - Y de la gamba chamuscada de mi amigo han pasado muchos años y la cocina japonesa ha arraigado en los paladares barceloneses.
El nomo galvany es un ejemplo de este arraigo de una gastronomía que, sin ser tan rica como la china, gusta mucho por la sutileza y la pureza de sus recetas, y su presentación artesanal. En la cocina japonesa la calidad del producto debe ser, a la fuerza, de primerísima calidad, si no queremos que nos den gato por liebre y que nos provoquen una gastroenteritis de caballo.
En Nomo Galvany, la taberna japonesa del grupo Nomo, la mente pensante es Nao Haginoya, y el resultado es fantástico tanto para los expertos en el uso de los palillos como para los que lo hacen por primera vez. La oferta es extensa, y el sushi y el sashimi son de primerísima calidad. Yo tengo predilección por los maki spicy tuna (con atún, salsa picante y lechuga) y por los maki crispy toro roll (con ventresca de atún, piñones y salsa picante).
En Nomo Galvany hay especialidades de la casa. Por ejemplo, preparan el age dashi Ankou, una cazoleta de rape con huevo espumado y caldo dashi (caldo de bonito seco y algas), pero, como soy amante del cangrejo real desde que el probé en Boston, pedí un King crab no tempura, que resultó excelente, aunque mastodóntico.
Para quienes les gusten los arroces, los tártars o las gyozas, el Nomo Galvany es un lugar muy recomendable. La próxima vez tengo que pedir un maki foie no teriyaki y edamame, judías de soja, al aroma de trufa blanca. Y para beber, una cerveza Kirin, aunque hay días en que el sake entra como el agua.