Este ha sido uno de los epicentros de Sant Antoni. Se hizo famoso porque se respiraba simpatía, alegría y barrio gracias a su propietario, Rafel Jordana, carismático Buda de la Terra Alta, un tabernero con una generosidad y bonhomía sobrehumana. Rafel se jubiló, pero traspasó la licencia a los vecinos del Bar Borrell, la familia Marsan, experta también en hostelería de barrio y proximidad. Han heredado una clientela joven y bohemia que se mezcla entre la gente mayor, todos adeptos al buena comida a mejor precio y a la cocina casera: albóndigas, manitas de cerdo, esqueixada de bacalao, caracoles y platos que renuevan cada día según mercado.
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