Spritz

El spritz, una poción veneciana de Aperol, soda y cava, a grosso modo, que levanta el espíritu; un éxtasis ámbar que entra a cualquier hora: en el momento del vermut, antes de comer y en horario afterwork, antes de cenar con el grupo. El bar de esta semana no se llama como se llama por casualidad. La pequeña barra no para de escupir vasos de spritz.

Se trata de la copa estrella de la casa y la preparan con arte y veteranía: son muchos años regando el hígado de guiris y sibaritas de este trago italiano en los márgenes del Barrio Gótico. Ya tenemos el primer reclamo gordo. Pero hay otro que, combinado con los efluvios del Aperol, puede derivar en una experiencia veraniega de una mística que da miedo. El Spritz tiene uno de los miradores más privilegiados y mágicos del Barrio Gótico, un banco de piedra abocado a una imponente muralla romana que produce placenteras alucinaciones de la vieja Barcino. Los clientes llenan esta terraza de piedra improvisada, armados siempre con vasos de plástico hasta arriba de spritz y rodajas de naranja. Vale la pena: pasa un airecillo vigorizante, conoces a guiris y cuando te giras, un pedazo de historia de Barcelona te devuelve la mirada. ¿La única pega? Enjambres de turistas en bicis, patinetes, patinetes eléctricos; grupos de ingleses embobados; gente, mucha gente... La temporada primavera-verano en el Gòtic.

Pero el spritz no es la panacea. En esta pequeña caja preparan desayunos, deliciosos bocadillos con acento italiano, cafés de calidad, cócteles todo terreno y unos zumos naturales pecaminosos diseñados para levantar resacas paquidérmicas. Qué loop más delicioso: coges un buen pedo de spritz -adoro la embriaguez ligeramente lisérgica que produce- y al día siguiente superas los estragos con un jugo en la misma porción de banco de piedra, frente a la misma porción de muralla romana donde la noche anterior liquidaste las reservas de Aperol de Occidente.