Podéis estar seguros. Dentro de no muchos años, se reescribirán las historias del arte. Hablaremos de creatividad, e incluiremos disciplinas cada vez más desdibujadas e interconectadas como el cine, el videojuego, la pintura, la instalación o la música pop. Si hace más de una siglo eso mismo ya lo anunciaban los futuristas italianos...
Y es con este espíritu con el que hay que visitar la exposición dedicada a David Bowie. Que sí, que la entrada cuesta el doble o el triple que su equivalente en el MACBA, el MNAC o el Picasso. Que tiene un punto hagiográfico, casi de adoración sectaria... Pero claro, Bowie no es Justin Bieber. No es solo hijo de su tiempo, también es 'hub' y generador de múltiples iniciativas.
La muestra no está estructurada en un sentido estrictamente cronológico, así se ahorran altibajos creativos como el que sufrió durante la década de 1980. Y está llena de elementos originales del archivo de Bowie -manuscritos, vestidos, bocetos, originales artísticos , etc.- que trascienden el fetichismo gracias a unas explicaciones acotadas que nos ponen en contexto. Por ejemplo, la formación de Bowie como mimo nos hace entender mejor muchos factores de su carrera. O las influencias del cabaret alemán del periodo de Weimar. O su admiración por músicos experimentales como John Cage o Brian Eno. O su particular metodología a la hora de escribir letras de canciones.
Una parte importante del discurso está dedicada a la construcción de identidades. Una construcción actoral, pero también de imprescindible diálogo con diseñadores de moda como Freddie Buretti, Kansai Yamamoto o un Alexander McQueen que apenas se había graduado.
Como decía al principio, pronto, muy pronto, creadores como Bowie ocuparán los manuales de historia del arte y muchos de los contenidos de museos como el MACBA -por ejemplo- serán simples notas al margen.
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