Cuenca. Fachadas de colores de la calle Alfonso VIII
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Ruta por los 9 pueblos y barrios de colores más bonitos de España

No son de cartón piedra, aunque algunos son tan pintorescos que no parecen reales

Noelia Santos
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No hace falta viajar lejos para hacerse en un selfie frente a maravillosas fachadas de vivos colores. Porque aunque Cinque Terre, también conocida como la Riviera italiana, o Sintra, en la costa de Portugal, son dos magníficos ejemplos de pueblos de colores que merece la pena visitar al menos una vez en la vida, aquí en España también tenemos bellísimos rincones en los que dan ganas de posar. ¿Lo mejor? Que son mucho más que caras bonitas, su historia también merece la pena. 

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1. Girona

Las Casas del Onyar son la imagen más, más reconocible de Girona (con permiso de la Catedral y su bellísima escalinata). Un conjunto de fachadas que miran al río entre la Rambla y la calle Platería, corazón del casco antiguo de la ciudad. La mayoría de ellas, construidas durante el siglo XIX (y muchas degradadas durante el XX), presentan carpinterías típicas de madera y singulares persianas enrrollables. ¿La más singular? La Casa Masó, una vivienda situada en la calle Ballesteries, 29, y que si es conocida por algo (además de por su característico color blanco) es por ser la casa natal del arquitecto Rafael Masó i Valentí. Hoy en día es todo un símbolo de la arquitectura novecentista de Girona y sede de la Fundación Rafael Masó.

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Este es uno de los paisajes urbanos más fotografiados de Las Palmas de Gran Canaria. Y eso que a la capital de la isla le sobran los motivos (desde el histórico y colonial barrio de Vegueta hasta la zona más modernista de Triana, por no hablar de su envidiable entorno natural, con el jardín botánico de Viera y Clavijo, la caldera del Bandama o la playa vírgen del Confital). Pero lo que hoy nos lleva hasta la ciudad más urbana de las islas Canarias es el risco de San Juan, un barrio situado en una de las cinco colinas que miran al mar salpicado de casas de vivos colores. Los que sobraban de pintar los barcos del puerto de la Luz (amarillos, rojos, azules..) en el siglo XVII, fecha en la que surge la barriada. Una economía de subsistencia que hoy da forma a uno de los barrios más bohemios y con más encanto de la ciudad. Para verlo desde dentro, mejor subir en guagua. Una vez allí, preparaos para contemplar una de las mejores panorámicas de la capital con el mar de fondo. 

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3. Triana

Si Sevilla tiene un color especial es precisamente por la calle Betis de Triana. Uno de los barrios con más solera, justo en la otra orilla del Guadalquivir, cuna de toreros y hermandades de Semana Santa. Sus fachadas de colores, un icono tan emblemático del paisaje sevillano como la Girlada o la Torre del Oro, dan paso a una de las zonas más animadas de la ciudad: su terraceo es mítico, tanto como las vistas que se tienen desde este lado del Guadalquivir, entre los puentes de Triana (en realidad se llama de Isabel II, y es el puente de hierro más antiguo y mejor conservado de España) y San Telmo. El atardecer desde aquí es un imperdible. 

4. Cuenca

Irás a Cuenca por las casas colgadas, pero volverás enamorado de las de colores. Están en lo alto del casco viejo de la ciudad, junto a la catedral (y a espaldas de la hoz del río Huécar) y sorprenden. Porque es algo que no te esperas encontrar, y menos ahí arriba. Desde la plaza y hasta la calle Palafox arranca la calle Alfonso VIII, y es ahí donde está la imagen más simbólica de la ciudad. Un nexo entre la parte nueva y la vieja repleto de fachadas estrechas (mucho, algunas con un único balcón de anchura) y vivos colores (rojo, azul, amarillo, verde, naranja, rosa... y hasta negro). Aunque si hay algo que sorprende más que su colorido, es su altura, sobre todo en las edificaciones que dan al barrio de San Martín. Estas pueden llegar a tener hasta neuve plantas de alto. De ahí que se las conozca como los rascacielos de Santa Catalina. Y esto no lo habías visto venir, ¿a que no?

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5. Irala

No es Notting Hill, aunque lo parece. Este inconfundible y reconocible 'british style' está a las afueras de Bilbao. Se trata de una colección de villas levantadas en la primera mitad del siglo XX por el mismo arquitecto que restauró el Teatro Arriaga, Federico Ugalde. Y lo curioso es el porqué de su existencia: su origen se remonta a la sociedad Harino-Panadera del empresario Juan José Irala (de ahí el nombre del barrio) que, pensando en el bienestar de sus trabajadores, ideó algo así como una ciudad residencial para que no tuvieran que desplazarse demasiado. Así surgen estas 15 calles que todavía hoy forman 'iralabarri', nombre que desde 1920 recibe el barrio más colorista de Bilbao (con permiso de la villa marinera de Bermeo). Por cierto, la antigua panificadora existe, y está declarada Patrimonio Industrial de Euskadi. 

6. Cudillero

Los pueblos costeros tienen algo que les hace especial y que les aupa, casi sin querer, en el podio de cualquier lista que hagamos de los pueblos más bonitos. Y, cómo no, eso le pasa también a Cudillero, con sus casas arracimadas en la ladera de su puerto pesquero, justo en la salida hacia el mar, que lo convierten en una de las postales más bonitas del litoral asturiano. Uno de los mejores lugares para contemplarlo es desde la plaza principal, pero no el único, porque Cudillero está repleto de miradores desde los que contemplar el pueblo. Y para que nadie se pierda, citaremos dos: el mirador de la Atalaya y el mirador del Pico. Y como siempre habrá ganas de más, merece la pena echar el último vistazo desde su faro, una joyita arquitectónica en pie desde el siglo XIX y al que se llega caminando desde el centro de esta villa marinera.

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7. Villajoyosa

No hay que viajar hasta Burano, en el norte de Italia, para disfrutar de un paisaje urbano repleto de fachadas de colores. No mientras en Villajoyosa, pueblo costero alicantino, se siga respetando esta antigua tradición marinera. Ellos, los marineros, son quienes las habitaban en el pasado y quienes iniciaron esta tradición de policromía saturada que ha llegado hasta nuestros días y que ofrece una de las vistas más fotogénicas de la localidad y que le han hecho ser elegido uno de los destinos secretos más bonitos de Europa en 2024. Imperdible: pasar por su lonja, (una de las más importantes del Mediterráneo, dicho sea de paso), ir al Mercado Central y elegir un pescado para que te lo preparen al momento en la cantina. Y de postre, chocolate, que para eso estamos en la cuna de Valor, y otras tantas chocolaterías tradicionales. ¿Hay un plan mejor? 

8. Teror

Teror es desde finales del siglo XVI villa mariana, de ahí que su patrimonio religioso sea rico y variado, con una basílica, varios conventos... Aunque desde el punto de vista pagano, es el colorido de sus calles y el aspecto colonial de su arquitectura lo que más llama la atención, con balcones en voladizo tallados en madera y fachadas de vivos colores que hacen volar la mente hasta ciudades situadas al otro lado del Atlántico (¿alguien más está pensando en La Habana?). Teror es como un soplo de aire fresco para los sentidos, sobre todo el olfato (la tradición repostera y conventual de esta villa tiene muy buena fama) y la vista: rodeada de un increíble entorno natural y de espacios protegidos, como Caldera de Pino Santo, los barrancos de Madrelagua o la Finca Osorio, el más relevante de todos. En esta finca se conservan bosques de laurisilva, una especie milenaria prácticamente extinguida (excepto en Canarias) y que confiere a los bosques un cierto aura de paisaje encantado. 

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9. A Guarda

¿Y si os decimos que en la localidad pontevedresa de A Guarda se encuentra uno de los conjuntos arquitectónicos más pintorescos de Galicia? Son las casas indianas, o lo que es lo mismo, un conjunto de casonas típicas que habitaron los 'indianos', aquellos gallegos emigrantes que volvían (con bastante dinero en los bolsillos) tras 'hacer las Américas'. Tiene sentido que se asentaran aquí, en zonas costeras, por ser la puerta de entrada de aquellos barcos que los traían de vuelta a principios del siglo XX. Para su construcción se inspiraron precisamente en aquellas viviendas que tenían al otro lado del charco: mucha piedra, grandes cristaleras y a tope de color para llamar un poquito más la atención si eso. Son alrededor de 50 majestuosas villas y chalés, que se pueden visitar siguiendo la Ruta de las Casas Indianas. Aunque sus fachadas no son las únicas de colores: el resto de casas del pueblo, sobre todo las que miran al mar, han adoptado con el tiempo esa tendencia de pintarse de vivos colores, creando una imagen tan bonita como singular. 

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