La historia de la Real Fábrica de Paños de Brihuega, es la de un lugar que nació para sobrevivir, en el sentido más literal, y temporal, del termino. Porque lo que hoy es un hotel balneario cinco estrellas (con aguas de manantial, piscina exterior y jardines versallescos), fue levantado en el siglo XVIII como una de las instalaciones industriales más prestigiosas del país. Y tenía que ser en Brihuega, un pequeño municipio de Guadalaraja, a solo una hora de Madrid, que conserva el encanto de los pueblos bonitos y medievales.
Impensable que un lugar así (declarado Bien de Interés Cultural) pudiera caer en el olvido. Y eso que ha estado a punto, hasta que Castilla Termal, la cadena de origen vallisoletano que rehabilita y recupera edificios históricos rescatándolos de los escombros, lo ha devuelto a la vida convirtiéndolo en un paraíso de 78 habitaciones en el que el concepto de ‘lujo silencioso’ se hace realidad desde el mismo momento en el que atraviesas la nave central del complejo, hoy convertida en flamante y silenciosa recepción (la expectativa no puede ser más impresionante). Eso explica que seas uno de los mejores balnearios de España.
La Real Fábrica de Paños es una joya de la arquitectura industrial
En este lugar de remanso de alto nivel y pura excelencia (el hotel es miembro del Club Spain is Excellence), todo gira en torno a un patio circular, un anillo perfecto cubierto por una cúpula acristalada y completamente translúcida en la que la luz es pura magia, de día y de noche. Cuesta pensar que donde hoy se come, se bebe y se desayuna, antes colgaban los paños finos tejidos de manera artesanal y teñidos con pigmentos naturales cosechados en los alrededores. Porque el zumaque, el pastel o el gualda, de los que salen el color rojo teja, azul o amarillo, crece en los alrededores, confirmando que no todo es lavanda en la Provenza española.
Su director, Thomas Lause, nos cuenta que tras un trabajo de años de rehabilitación, respeto, sostenibilidad y conciencia local, se ha conseguido mantener la esencia de aquella época. Sus muros de piedra siguen teniendo más de 1,50 cm de grosor, su mampostería es de sillería y sus vigas de madera. Todos estos elementos han llegado hasta nuestros días, respetando no solo su carácter sino su ubicación original (el pasillo de la planta superior recuerda a un viejo zaguán). Sucede incluso con algunas tinajas que brotan del suelo en el pasillo de la planta baja, la que da acceso al jardín, posiblemente el secreto mejor guardado de Brihuega (junto con el de las cuevas árabes de esta villa medieval y amurallada que llegó a ser estratégica en el comercio y en la guerra.
El jardín más bonito de la Alcarria está a solo una hora de Madrid
Una calle de cipreses, arcadas laterales, barandilla de hierro forjado, arbustos perfilados de boj y hasta una jaula para aves exóticas dominan el paisaje en este jardín, romántico, versallesco y de decadente belleza decimonónica. Tan idílico que cuesta pensar que no estaba en la época gloriosa de la fábrica (levantada en 1750 para tejer las telas con las que se vestían las grandes monarquías europeas) sino que se proyectó después, en el siglo XIX, cuando en el interior del edificio ya no se tejían paños finos sino mantas y paños gruesos para el ejército en vísperas de la Guerra Civil (justo después de ser arrasada por las tropas francesas de Napoleón en la Guerra de la Independencia).
Si en su momento no parecían los jardines de una fábrica (tan bellos que se compararon con la fuerza del paisaje que rodea al Generalife), hoy tampoco parecen los de un balneario cualquiera. Porque no lo es: Castilla Termal, además de recuperar el patrimonio y dinamizar el entorno rural en el que se asientan (tienen tres hoteles, Olmedo, Burgo de Osma y Solares, y dos más en rehabilitación, en Valencia y Peñaranda de Duero), eligen siempre lugares en los que haya agua de manantial.
El agua que baña las piscinas de la Real Fábrica de Paños brota debajo mismo de sus muros, justo ahí donde hoy se encuentra su piscina termal (interior y exterior). Ese elemento, unido a la sostenibilidad, la conciencia ecológica y la apuesta por el producto local (todo lo que se consume en el hotel procede de Brihuega y sus productores, desde el pan y bollería de la panificadora del pueblo, a la lavanda de la Lavandaña) hacen de esta cadena algo único para vivir una experiencia en pareja, con amigos o incluso en familia. Porque el termalismo y el bienestar es para vivirlo, sea cual sea la edad que se tenga.