A más de 1.600 metros de altura se encuentra este balneario cuyas aguas termales fueron descubiertas por los romanos en tiempos del Emperador Tiberio. Un histórico manantial (que todavía hoy lleva su nombre) y del que brotan aguas mineromedicinales cuyo magnetismo ha llegado hasta nuestros días, convirtiendo al balneario de Panticosa en uno de los centros wellness y de bienestar más conocidos del país. Y de los más singulares.
El paisaje alpino que lo rodea es tan mágico como las propiedades de sus aguas termales, que brotan a una temperatura de 53ºC, lo que las convierte en las más cálidas de la península (se denominan hipertermales) y con carácter terapéutico: son muy alcalinas y blandas, fluoradas, sulfuradas, bicarbonatadas sódicas y oligometálicas. Además de sus acciones analgésicas y de ser beneficiosas para el tratamiento de enfermedades óseas, piel, reumáticas o estrés, son famosas por su contribución al embellecimiento de la piel, la descamación y la regeneración de la piel por su riqueza en azufre (se sabe que interviene en la síntesis de las membranas celulares).
Si hay un lugar que puede robarle protagonisto a las termas de Tiberio (que ocupan 8.500 metros cuadrados dedicados al relax y el bienestar) es el Espacio Termal Gran Hotel, que viene a ser algo así como la zona más exclusivo del complejo: levantado en 1886 (en plena 'belle époque') y rehabilitado por el arquitecto Rafael Moneo. Una joya cuya fachada original está catalogada como de Interés Turístico Nacional.