Domenico conoce bien el tirón del panettone, quizás el producto de panadería más exigente. Lo ha desestacionalizado y lo sirve en una bolsa de plástico para ofrecerlo a un precio razonable. Llegó a vender casi un centenar a finales de abril. Los clientes, también asiduos a su focaccia, ya están esperando que cuelgue el cartel anunciando la próxima hornada. Nacieron en un mercado ( “quizás empezamos con el obrador más pequeño del país; no son ni 20 metros cuadrados”) y, aunque apenas llevan medio año en Arganzuela, muchos vecinos conocen bien la oferta de sus estanterías (del multisemillas al de centeno con nueces) y sus vitrinas (croissants, palmeras, tartaletas los fines de semana...). Y eso que la producción, a diario en manos de Javi, un panadero con 30 años de experiencia, está en constante movimiento. Tan pronto sale un pan murciano como venden el tradicional pan de muertos mexicano. “No vemos clientes, vemos amigos. Buscamos hacer pan de calidad asequible. De hecho, no hemos variado los precios en tres años”.
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