La Miguiña dio un salto exponencial con la entrada de nuevos socios pero, aunque por el camino perdiera el nombre, Begoña es rotunda: “Nunca he trabajado tanto y tan feliz. Tengo gente que me apoya y valora mi trabajo, un equipo comprometido en el que poder confiar y estoy encantada con mis formaciones de pastelería. No paro de aprender e innovar”. Y eso que llegó hace 20 años casi de rebote, por un novio panadero. La que siempre quiso ser veterinaria maneja una cartera de 80 clientes de hostelería y elabora un pan integral y unas palmeras por las que se pega medio distrito. “Nos queda un largo camino, pero antes te traías el pan del pueblo y ahora, cuando vas al pueblo, te llevas el pan de la ciudad”.
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