Duncan Macmillan escribe del presente, de la angustia, de la incertidumbre, del querer y no poder, del poder y no saber si se quiere, con una pluma ágil, llena de subtexto infinito con texto inacabado... Una delicia escuchar esos diálogos tan bien traducidos por María Caudevilla al castellano, porque nos suenan tan reales y cotidianos como si lo hubiera hecho uno de los nuestros.
Quizás ese dilema existencia que se plantean A (Alberto Amarilla) y Z (Zaida Alonso) sea el que tenemos todos nosotros, el que tienen los nuestros de cualquier parte. Una pareja combina responsabilidad social con responsabilidad familiar; el anhelo de materializar un proyecto de vida juntos frente a todo lo que ello implica en la propia vida. La acción está en el texto y en la emoción de los actores: la puesta en escena, planteada como un juego de pecera/pizarra, con dos cintas de correr incrustadas en el sobresuelo del escenario, está al servicio de la actividad de los intérpretes, que es incesante y briosa, y que en ocasiones coincide poéticamente con lo que se cuenta y en ocasiones estorba un poco para seguir la evolución de lo que les ocurre.
Lo que les ocurre es la clave de esta función. Vamos a ver cómo hablamos de esto sin hacer spoiler. Desconozco hasta dónde han investigado en la vida real, si han hablado con personas que hayan pasado por esa experiencia, pero les faltó un punto (solo uno) para transmitirnos que lo habían dimensionado en su justa medida. En su justa desmedida, debería decir, porque hay un dolor infinito e inefable en lo que les ocurre a los personajes en la función, un dolor del que se debería hablar mucho más de lo que se hace. Hay algo en el cuerpo y en el espíritu que transforma toda la vida: el planteamiento escénico tiende a intelectualizar la acción cuando lo que ocurre es desgarrador.
Bien por el equipo y por el CDN por dar cabida a esta voz británica y por plantarle cara a un tabú. La función es vertiginosa y se pasa volando, perfecta para una tarde de teatro bien hecho.