Estamos tan invadidos por las ficciones audiovisuales, tan canónicas la mayoría en su desarrollo argumental, tan de presentación, nudo y desenlace, tan racionales y tan categóricas, que de pronto es el teatro el que puede, con su insignificancia frente a esa todopoderosa industria de las series, los videojuegos y las películas, proponer una forma de hablar de las cosas que tampoco es nueva, pero siempre está como para entrar a vivir. Carla Nyman no parece tener ningún miedo al apostar por un teatro que no te lo da todo hecho, que es sugerente intelectual y estéticamente, que pretende comunicarse más con el instinto y menos con la comprensión diáfana. Esta obra que presenta, como obertura de la nueva temporada en La Abadía, recoge toda la tradición del teatro de vanguardia del siglo XX, del absurdo, del surrealismo, de la comedia basada en el lenguaje y sus equívocos, pero está rabiosamente inmersa en nuestro presente.
La obra se llama Hysteria y presenta a una mujer aparentemente enferma, Agustina, que acude a la consulta del Doctor Doctor, un hombre de nombre reiterativo que parece decir que su única identidad posible es la del galeno que reparte diagnóstico a diestro y siniestro, sobre todo a la mujer, un ser que nunca se ha entendido bien (porque la patriarcalizada y machirulizada investigación médica y psicológica no ha tenido ni ganas ni otra cosa para hacerlo). Lo que en el siglo XIX se resolvió a partir de ese invento llamado histeria, hoy lo llamamos depresión, estrés, manías, trastornos psicosomáticos, etc., etc.
La represión se erige como elemento fundamental en las relaciones entre seres humanos, y esta obra enseña todo ese batiburrillo que sucede en el interior de un cuerpo lleno de cosas reprimidas, fantásticamente destiladas metafóricamente en esa serie de cuadros (pinturas célebres como La muerte de Marat, de Jacques-Louis David, o el muy gráfico, hablando de histeria, de El origen del mundo, de Courbet) que cuelgan de las paredes del estómago de Agustina, su segundo (¿quizás primero?) cerebro, en el que termina cayendo el Doctor en su profunda exploración de la paciente.
Hubo una cierta polémica cuando se conoció la programación de esta obra en La Abadía porque en los textos promocionales se hablaba del médico Charcot y del infierno del hospital parisino de la Salpêtrière a finales del siglo XIX, tema central de otra obra que reflexionaba la temporada pasada sobre este asunto de la histeria, El teatro de las locas, de Lola Blasco. Pero nada que ver, absolutamente nada que ver. Dos fuentes de inspiración similares o idénticas pueden arrojar creaciones muy dispares. Y es el caso. Aquí hay que aplaudir fuerte a la siempre sorprendente y maravillosa Lluna Issa Casterà y a su partner en escena, Mariano Estudillo, aunque sus tics y la gestualidad que propone, a mí personalmente, me terminen cargando un poco. Igual la obra se hace pelín larga, pero es gozoso perderse en el laberinto de significados que despliega.
Texto y dirección: Carla Nyman. Intérpretes: Lluna Issa Casterà y Mariano Estudillo.