Monumental montaje teatral que está llamado a convertirse en uno de los acontecimientos culturales del año en Madrid, llevando nuestra Guerra Civil al escenario con maestría.
Andrés Lima lo ha vuelto a hacer. Parecía difícil, con este impulso en singular de llevar la Guerra Civil española al teatro, estar a la altura de lo que consiguieron -en plural- con Shock I y II en 2019 y 2021. Pero este equipo funciona a la perfección, es una compañía en el más noble sentido de la palabra, es la viva herencia de Animalario, combativo, lleno de talento, eficaz y versátil como pocos. Aquí se redoblaba la apuesta y salen más que airosos, y encima el material de partida era mucho más sensible, porque nos toca muy de cerca. Quien quiera ver cerradas las heridas abiertas por la guerra del 36 es que no tiene ni idea de lo que es la Historia de España. Ni de lo que supuso este conflicto fratricida para el devenir europeo y mundial, antesala de la Segunda Guerra Mundial, campo de pruebas para posteriores genocidios ideológicos.
Cuatro horas. Cuatro horas y pico si añadimos los dos descansos. Pero para nada se hace larga ni aburrida. No dejan de suceder cosas, no dejan de encadenarse discursos y sacudidas, tres actos para repasar algunos de los hitos que marcaron los tres años que todavía hoy, casi un siglo después, nos resuenan como un anteayer. No es una lección de historia, pero todas aquellas generaciones a las que quedan lejos las batallas y los nombres propios de la contienda, porque nuestro sistema educativo parece pasar de puntillas deliberadamente por estos acontecimientos, encontrarán explicación y materia para rellenar huecos, para entender, para atar cabos, para conformarse una visión informada y rigurosa. Este montaje no es solo una obra de teatro, es un artefacto que se ha armado después de dos años de investigación y de documentación exhaustiva, yendo a las fuentes de la ciencia de la Historia más reputadas.
Pero nada de esto sería efectivo sin el trabajo de vídeo de Miquel Raió, sin la luz de Pedro Yagüe, sin la sencilla escenografía y el gran trabajo de vestuario de Beatriz San Juan, sin la música de Jaume Manresa y el sonido de Kike Mingo, sin las caracterizaciones (por favor) de Cécile Kretschmar y, cómo no, sin el trabajo de actrices y actores, coral, brutal, impresionante, que podríamos adjetivar hasta el infinito y más allá, porque son ellas y ellos los verdaderos artífices de este milagro, con permiso del director. Ocho personas -Morales, Portillo, Hernández, Flores, Toledo, Vinuesa, Ochoa y Morris- para decenas de personajes, emociones, canciones, enfrentamientos, escenas rotundas y escenas livianas. Son capaces de todo y todo lo hacen bien. Pasan por el golpe de Estado militar y por la resistencia republicana, por la Batalla del Ebro y por la Desbandá, por la defensa de Madrid y la caída de Barcelona, por Guernica, el hambre, el papel de la Iglesia o el del mundo de la cultura. Y hay todavía un elemento que termina de compactar la obra maestra: el Coro de Jóvenes de Madrid, docena y media de chavalas y chavales que son el pegamento de toda la obra, son el pueblo anónimo que sufre las guerras y son la juventud de hoy que debería aprender a no repetir errores del pasado. Un contraste fantástico para una maravilla de obra que debería eternizarse en las carteleras hasta que sea la paz y no la guerra lo que vertebre todos los relatos históricos.