No hay duda, es entrar en Xipe y el recuerdo al arquitecto mexicano Luis Barragán toma el control de la primera impresión. Sin embargo, el nombre de Xipe va más allá al representar en la cultura mixteca al dios de la renovación primaveral, Xipe Tótec, patrón además de los orfebres. Es fácil vincular rápido la artesanía pretendida en el diseño del local con una gastronomía que busca huir del cliché. Xipe es nuevo y bonito, destila cultura auténtica y en pleno Paseo de la Castellana se revela como un restaurante donde comer sabrosamente mexicano. Sin enchiladas y burritos.
Iniciativa del empresario Pablo Chahin y con el asesoramiento del Grupo Salinas Restauración, Xipe mantiene el nivel a lo largo de una carta ajustada entre platillos fríos, selección de tacos, barros calientes y postres. Cualquiera advierte ciertas concesiones a España, como el torrezno de la sierra con tomatillo frito, mole negro y cebolleta fresca, unos callos con frijoles o el taco gobernador de calamares a la madrileña. No hay que temer por ello, mismamente este último bocado demuestra con una fritura muy correcta que el guiño merece la pena.
Sea en la zona más informal de bienvenida o en el comedor de la planta superior, Dichoso Estudio, encargado de esta puesta en escena, ha sabido jugar con el vínculo entre la naturaleza y las formas rotundas y sencillas. El barro y los cementos color arena, el canto rodado de las arcadas, los yesos negros de acabado natural, los azulejos granate que forran la barra, los tapices de macramé propios del arte Huichol, los cactus, las cabezas de cabras en madera, las sillas de cuero, el lino de las lámparas… Un espacio vistoso y acogedor para que el México más colorista pero menos estereotipado abra el apetito.
Perfecto para combatir el calor resulta el clamato (agitado en coctelera frente al comensal) de berberechos y langostinos con chip de yuca, una especie de bloody mary a la mexicana si además la primera margarita frozen ya decora la mesa. También refresca lo suyo el aguachile de camarones, los cogollos tatemados o la ensaladilla Xipe, otra versión adaptada, esta vez con crema chipotle y pico de gallo. A continuación, algún taco obliga: el pastor con piña asada o el mencionado gobernador exhiben jugosidad y sabor. Se pagan, eso sí, no bajan de 14 euros el par, pero van bien cargados de cantidad y se montan sobre tortillas de maíz morado traídas de México, todo un plus. Si no bastara, la selección de salsas caseras ayuda a subir la temperatura: tomatillo verde, chile chipotle, árbol y habanero. Un picor que va en aumento, pero siempre sutil.
Como la carta no es inabarcable sino más bien corta, no es difícil encarar el apartado principal de barros calientes atreviéndose con el tamal de marisco y mole rojo, los mencionados callos, o el rodaballo embarrado con verduras churruscadas. Muy vistosa es la presentación del pulpo zarandeado con un guacamole muy cremoso y bien aliñado. Pero es la costilla de cerdo asada y chile de árbol sobre tuétano –otro concepto de reminiscencias elevadas– el que acaba por revelarse como gran platazo de Xipe. También para comer en taco, muy jugoso y redondo gracias a la suave grasilla del tuétano.
Con cervezas Pacífico y Modelo, con contadas pero agradecidas referencias vinícolas –hasta algún generoso dulce, qué cosas– y, sobre todo, con margaritas tradicionales o de frutas -las frozen no suelen fallar, cortesía de José Cuervo- se ha despachado el trago antes de la duda que siempre surge con la parte más golosa de un mexicano. La sorpresa del apartado “de rechupete” llega cuando el banoffee (crema de plátano de Canarias y toffee) acaba siendo un postre delicioso. Así que nada indica que la tarta de queso azul de Valdeón y membrillo, o la de tres leches, no sigan sus pasos y hagan honor al epígrafe de la carta. Ya si eres más de rancheras o de Luis Miguel es lo de menos.