El nombre de este aristocrático y sabroso pez, que llega a las lonjas gallegas y cántabras, sirve para denominar a una de las últimas aperturas madrileñas en cuestión de buen comer. La calle Almagro, siempre sofisticada, es una ubicación que le va al pelo a un restaurante de esos con pinta, ya desde la entrada, de cumplir con una buena experiencia en todos los sentidos.
Hasta la bandera de ejecutivos, amigos y amigas de mediana edad con perfil de negocios y más familar los fines de semana, Virrey promulga exactamente lo que el pescado al que hace referencia: despensa, cocina y sabores del norte con el mar como protagonista. Elegante en sus cuatro espacios (salón con mesas bajas, mesas altas, un privado ideal para reunir entre 8 y 10 personas y una barra dispuesta para tapeo informal), el chef Carlos Fernández Miranda, formado en la escuela de cocina de Gijón y con experiencia en Paco Roncero, entre otros, propone en ellos una carta que se antoja de principio a fin.
No es demasiado larga, lo que se agradece. Cuesta decidir entre arrancar con una gilda extra grande, con anchoa, bonito, tomate seco, piparra y aceituna, o una buena lata de anchoas y otras conservas gourmet, expuestas por todo el local. Es más, su ensaladilla rusa, que merece la fama que va cogiendo, se puede elegir con, por ejemplo, la ventresca de bonito o la lubina en aceite de Doña Tomasa.
Hay marisco, mucho y bueno. Fuera de menú, tal vez hoy unos berberechos que son puro dulzor y sabor a mar. Hay que preguntar, asimismo, por los pescados del día. Quizá haya un portentoso cogote de merluza para compartir o, si no, una merluza en salsa verde épica, para mojar los deliciosos panes con mantequilla incorporada que no dejan de ofrecer. Para quien quiera pedir más ligero, su tartar de atún con huevo de pollita es fresco y sabrosísimo.
No desmerece al conjunto la carta de vinos, con referencias por copas y botellas que combinan clásicos contemporáneos con denominaciones de origen como Bierzo, Valdeorras, Navarra y Vinos de Madrid. Concluyen generosos y espumosos antes de delicados postres como el sobresaliente hojaldrito con crema pastelera y nata. Tiene terraza, para cuando el sol sonríe, aunque dentro es igualmente una gozada. Virrey es uno de esos clásicos a pesar de su novedad, de esos en los que quedar bien siempre para un pequeño homenaje sin necesidad de pasar de los 60 euros.