Prácticamente todas las propuestas que encontráis en su carta vienen de recetas domésticas (pulidas y evolucionadas) e incluso familiares (como la ensaladilla rusa que llega presentada como una paloma, guiño al origen salmantino de uno de sus propietarios). Elena y Javi, cocinillas pro y disfrutones de la buena comida, maduraron el proyecto durante el confinamiento y se lanzaron a la restauración sin experiencia previa pero con todo el ánimo del volantazo vital, un local a su medida (y cerca de casa, a un paso de la popular plaza de Olavide) y un puñado de propuestas llamativas. Y ahí la burgóndiga es la que se lleva todos los focos y las comandas. Una gustosa combinación de albóndiga y burger para pringarse bien los dedos con una salsa de guiso de carne realmente profunda y adictiva. Pero también busca la sorpresa su donut de pollo por original, su bokata koreano de gambones por ese juego de sabores/texturas y su patacón de cochinita pibil por ser un chispeante viaje relámpago a Latinoamérica.
Echan mano de comercios del barrio (Chamberí), de proveedores que, como también lo han sido y lo son de su propia cesta de la compra, conocen bien. Como la gente de Alma Nomad Bakery que les hace el pan brioche para su ya clásica burgóndiga, bocado perenne en carta al contrario que otros que sí irán cambiando o desapareciendo en favor de la temporada y porque les gusta cocinar. Tienen un menú del día bastante dinámico, platos especiales los findes y mucho delivery (están en Goxo, Glovo y Just Eat) pero también han habilitado mesas para más de una docena de comensales y donde uno (aunque lo ideal es venir y compartir varios platos porque hay una carta breve pero bien pensada con guisos, algunas opciones con verdura protagonista y un par de postres, además de sus hits) come muy a gusto sentado junto al ventanal entre ladrillo visto, hormigón, diseño joven y un heterogéneo hilo musical.