En el local de Motha, donde uno iba para ser un poco más feliz (y que unos cuantos aún añoran), se ha instalado el hermano pequeño, la cara b de TriCiclo, uno de los proyectos hosteleros más exitosos del último año en la capital. El nuevo espacio comparte guiños, ya desde su nombre -Tándem-, con la nave nodriza, emplazada en la misma calle, cien metros más arriba. En algunos casos el trasvase es evidente. Al principio en carta aparecieron “los canelones de nuestro Ferrán”, uno de sus platos estrella, o su steak tartar. Pero esta segunda línea quiere pedalear sola, se marca otros objetivos y expone otros medios. Es más informal, tiene un horario menos ortodoxo y una carta más ligera.
Aunque desprenda cierto aire trendy y haya logrado ser punto de encuentro para una clientela muy muy heterogénea (entre los 30 y 50), serían discutibles algunas decisiones decorativas (y la comodidad de sillas y mesas), por ejemplo. Una nadería (tampoco pretende ser un lugar donde estés comiendo dos horas) que pone de manifiesto que el acento de su (segundo) negocio está puesto en la comida, que aún tiene que madurar como propuesta (detalles como el vino, que nos llegó lejos de su temperatura idónea) pero que abre aún más el prometedor campo de trabajo (siempre honesto e indiscutible) de sus tres chefs-propietarios.
Al lío. La ostra aliñada con la que se puede abrir una comida bosqueja en un suspiro sus perspectivas, intenciones y dirección. Primer punto. Puedes elegir entre un toque thai y otro peruano. Buscan un giro, la apuesta y el sello personal. Lo mismo es extrapolable a su bocadillo chino (que recuerda a los solicitados StreetXo o Nakeima) o a su tarta de queso con una pincelada de queso azul en su elaboración. Segundo punto. Parten de un producto notable. Vale lo mismo para su burrata o su cecina. Tercer punto. Atienden el emplatado. El molusco llega sobre una cama de sal gorda y un plato con diseño complementario. Igual se podría calificar su tiradito de corvina o su salmón marinado (que acompañan de mantequilla y tostas de cacahuete y pasas). Anexo 1: Como en el caso del tiradito y de alguna carrillera que también hemos probado, prestad atención a sus platos fuera de carta, alrededor de cuatro propuestas.
Cuarto punto. La ostra fue un plato que nos sorprendió sin llegar a conquistar. Siendo más una apreciación puntual que una sentencia, consideramos que en ese punto intermedio entre la felicitación y la emoción interrumpida basculaban varias de sus creaciones. Pero, ojo, dicho esto, no desciende de notable el barómetro de expectativas y resultados. Anexo 2: Hay en el formato de su oferta culinaria –ración y media ración en casi todos los platos- un pro y un contra congénitos.
Puedes pedir/valorar una considerable cantidad de platos si compartes medias raciones (y así en una segunda visita lanzarte de cabeza a los que más te gustaron) pero ese constante baile de sabores, que va de la lima, al pesto o al huitlacoche –por ordenados que se presenten en ese “elige tu propia aventura”-, corre el peligro de restar fuerza o personalidad a, quizás, los últimos platos. La sugerencia es obvia: mejor volver de nuevo que darse un banquete la primera noche.
Al principio no aceptaban reservas. Ahora, y valga como prueba de su natural tiempo de rodaje, han cambiado de planes y reservar es más que recomendable: incluso si decides asomarte un miércoles. Ir es regresar una segunda vez. Hacen falta más sitios con el ánimo y esmero de lugares como Tándem, que por 20-25 euros te alegran el día.