Mario Céspedes y Conchi Álvarez tienen un restaurante en Avilés, presentaron una propuesta inédita por aquellos lares hasta que levantaron el telón de Ronda 14. Hasta entonces pocos lugareños habían oído hablar de la cocina nikkei. Japonés sí, claro, pero nikkei, cocina fusión y de ese calibre… Así que empezaron con el gancho de makis y niguiris y fueron ampliando las fronteras de su cocina a la vez que, aunque suene paradójico, la hacían más y más suya. Porque Mario es peruano y Conchi, asturiana. Y en ese vértice es donde cobran sentido sus cachopines de ternera presentados como makiroll o sus patatinas rellenas de carne con crema de ají amarillo.
Ante la gran respuesta que cosecharon (y mantienen), decidieron probar suerte en Madrid. Trajeron una versión de su Ronda 14 norteño y lo llamaron igual. Dos pisos, amplia zona de barra con mesas altas y espacios recogidos para los comedores. Ambiente informal. El desembarco fue hace unos pocos meses y la buena atención del servicio ha ido sumando enteros a la honestidad y buenos precios de sus platos –todos facturados con un punto creativo-. Despliegan una cocina desenfadada, casual, pero con varios giros destacables que enganchan a una clientela cada vez mayor. Obviamente aún queda rodaje pero hay mano e intención de franca singularidad, de ir más allá de las opciones más canónicas de la cocina japo-peruana. Entre nuestros favoritos, las gyozas criollas y el bizcocho roto a los postres.
La bodega es corta pero presenta algunos vinos poco habituales. Otro punto a favor para un lugar que anima a probar/aventurarse no sólo porque su pizarra luzca muchas opciones atractivas sino porque también las han planteado para compartir. De esas tabernas interesantes para sorprender/llevar a los amigos.