Ubicado en un punto estratégico, pegado a Príncipe de Vergara y en la misma plaza del Marqués de Salamanca, Rocacho Plaza cuenta con diferentes espacios y propuestas, en función del tipo de experiencia y de degustación que el comensal vaya a elegir, del tiempo con el que cuente o del momento del día en el que acuda al restaurante. Siguiendo la estela de la cocina tradicional y la apuesta por la materia prima de calidad que caracteriza a Rocacho, la casa madre, este establecimiento cuenta tiene cocina abierta en horario ininterrumpido hasta una hora antes del cierre, dato clave para quienes no siempre se rigen por las horas habituales de comida o cena.
Al entrar en el local, que hace esquina y recibe luz natural de la calle gracias a sus enormes cristaleras, la barra es protagonista. Acompañada de un espacio en el que se distribuyen mesas altas, su presencia marca el ritmo y la oferta de esta zona del restaurante, que cuenta con su propia carta de picoteo. Al otro lado, atravesando dos neveras que separan visualmente el espacio y están dedicadas al vino, la sala. Con mobiliario y paredes en tonos cálidos, mesas vestidas con manteles blancos y aura minimalista y elegante, en ella se encuentran mesas bajas repartidas por todo el espacio. Ideal para una velada a dos, a cuatro, a seis… pero también una buena opción si se precisa una mesa más grande, para reuniones más numerosas. Rocacho Plaza tiene, además, tres terrazas –dos de ella abiertas al aire libre, otra cerrada, con posibilidad de abrir sus laterales de cristal– en las que, además de picar, comer o cenar, se puede alargar la sobremesa con una copa o un cóctel.
Jairo Soria, chef responsable del diseño de la oferta gastronómica de Rocacho Plaza, ha creado una carta de picoteo que se encuentra aquí en exclusiva y que permite pedir medias raciones o unidades de cada uno de sus componentes. Estructurada en bocados y raciones que pueden funcionar para pedir como entrantes, precediendo a los principales en sala o, combinados, en una opción de picoteo más informal, seleccionados en una versión más corta, en el espacio de barra y mesas altas. Imperdibles su gilda de ventresca con huevo de codorniz y bacalao, la anchoa del Cantábrico sobre mantequilla, su ensaladilla rusa, con una mayonesa untuosa, los torreznos de Soria, crujientes en el punto perfecto o el rocachito, un buñuelo de tinta de calamar con interior de bacalao y acompañado de alioli.
Para seguir, llega la hora de elegir entre probar uno de sus arroces, inclinarse por el apartado dedicado al producto de mar cocinado a la brasa de encina o apostar por la selección de carnes maduradas, sello de la casa, y entre las que se encuentran piezas de buey que llegan directas de El Capricho y que Rocacho distribuye en exclusiva en Madrid. De postre, el tiramisú hecho al momento en mesa con la crema de mascarpone elaborada en el propio restaurante resulta una delicia de cierre, aunque todas las opciones tientan. En el apartado líquido, que no se queda atrás, la bodega cuenta con una gran selección de referencias de vino nacionales e internacionales, que en la carta de aperitivo pueden pedirse por copas.